jueves, 21 de febrero de 2013

La puente Mocha, 20.2.2013. Ruta 151 (A. Campos)


Antes de comenzar a escribir esta crónica, consulto el DRA para confirmar que puente es una palabra del género masculino, pero aclara el diccionario que también era usada como femenino, cosa que ya nos había adelantado JS en un email y cuando nos acompañó la primera vez que hicimos esta marcha. De ahí el nombre en femenino.
El puente se encuentra situado a unos cuatro kilómetros de Valdemaqueda. Se le llama también de los Cinco Ojos, aunque solo tiene cuatro bóvedas de medio punto y dos aliviaderos rectangulares. Está construido en piedra de granito y tiene una longitud de unos cuarenta metros. Cruza el río Cofio, afluente del Alberche.
La ruta 151 elegida para esta semana es circular, comienza y acaba en el camping, a un kilómetro de Valdemaqueda. En total son ocho Kilómetros y un desnivel de unos ciento cincuenta metros. Vemos, sin embargo, en las gráficas que se adjuntan que el recorrido fue mayor y explico el  porqué.   
Como la marcha ya la habíamos realizado por lo menos dos veces con anterioridad es bien conocida para la mayoría de nosotros y no tiene pérdida. Esta vez, a propuesta de JP, decidimos comenzarla por la izquierda del camping, no como describe la excursión de Campos. De esta manera hacemos la parte de mayor desnivel al principio, bajando, para que después de la comida la subida sea más asequible.
Somos en esta ocasión nueve marchosos: Chicho, Jero, MA, Fernando, Miguel, Paco, Juan Ángel, JP y el que escribe. Dejamos los coches aparcados junto al camping, nos calzamos adecuadamente y con las mochilas a la espalda comenzamos a caminar cuando serían algo más de las once y cuarto. Luego de una suave subida nos encontramos con un ancho cortafuegos que desciende, rodeado de grandes ejemplares de pinos y algunas encinas, y nos lleva en poco más de media hora a un sendero que transcurre paralelo a la margen derecha del río Cofio. A eso de las doce decidimos parar a echar unos tragos de vino y, entre chistes que hablan de ejecutivos que buscan secretaria bilingüe, o dos chicas que van a una manifestación con bates y condones, y otras gracias del personal, una parte del grupo, digamos el equipo A, decidió bajar directamente hasta el río por una abrupta rampa para alargar la marcha alejándose del puente; la otra parte, el equipo B, hacer el recorrido por la senda en suave descenso hasta alcanzar la puente Mocha, lugar en el que nos citamos a las dos para comer.
El equipo B, en el que me incluyo, llegó al puente a eso de la una. Lo primero que encontramos fue a unos obreros que con sierras eléctricas y martillos producían un molesto ruido que presagiaba lo peor. Estaban construyendo un camino de madera con traviesas de ferrocarril que olían a alquitrán, lo que me retrotrajo a la infancia por unos instantes. Recordé cuando, de pequeño, acudía con mis amigos a las vías del ferrocarril y colocábamos monedas para que el tren las convirtiera en chapas, o cuando en la época de Navidad recogíamos carbonilla para construir la montaña y la cueva del famoso pesebre. Descansamos cinco minutos, cruzamos el puente, restaurado en 2011, y nos encontramos con la valla metálica de separación de una finca; torcimos a la derecha y caminamos por un sendero paralelo a la margen izquierda del río, siguiendo la valla hasta que a la media hora volvimos para llegar a las dos. Nos sentamos a esperar en uno de los bancos del área recreativa, bien cuidada, que rodea el puente, la llegada del grupo A. Los obreros habían desaparecido y el lugar estaba en silencio. Solo podía escucharse el rumor del agua del Cofio, que bajaba turbia con buen caudal. A la hora convenida nos reunimos los dos grupos para comer.
La vuelta la iniciamos a eso de las cuatro menos cuarto y en unos tres cuartos de hora, tras recorrer el camino de vuelta subiendo en suave pendiente y rodeados de pinos piñoneros, nos encontramos con los coches. Tomamos café en Robledo de Chavela y volvimos escuchando el debate del estado de la Nación.
Disfruté mucho de esta marcha, que no exige un gran esfuerzo, por el hermoso entorno y por el buen tiempo, casi primaveral, que hizo.

Manolo
Madrid, 21 de  febrero de 2013

Equipo A

martes, 19 de febrero de 2013

Ruta 032. Puentes del Manzanares 13.2.2013

Excursioncita con muy poco desnivel, apto para lisiados, pero que no se incorporaron a la misma. Sabíamos que Fernando no venía pues nos había escrito un e-mail en ese sentido, pero al llegar al punto de encuentro, el puente de El Grajal, Miguel nos informa que el día anterior le había llamado por teléfono para decirle que sí venía. Pues bien, nos decidimos a esperarle, pero en esto que JG nos dice que le ha llamado esta mañana para anunciar que no venía. Bueno, pues en lugar de diez, somos nueve: JP, JG, Manolo, Paco (el que suscribe), Jero, JL, Miguel, Chicho y Miguel Ángel.
  El primer problema es dónde aparcar, pues el puente está en una curva de la carretera y no hay espacio, pero sale un camino de tierra en muy mal estado, estrecho, con baches profundos, que se encamina hacia la presa del Grajal. Nos metemos por ahí, y resulta que a los 50 metros vemos un buen aparcamiento donde ya hay un coche, más madrugador que nosotros. Dejamos los nuestros y nos ponemos las botas (de una forma física, real). Iniciamos la marchita y nada más dejar la presa atrás, nos encontramos con un paso muy estrecho donde hay una cuerda atada a las rocas para podernos agarrar y no caernos al vacío. Una vez pasado este pequeño incidente, nos encontramos de frente con una panda de jubilatas que dicen que vienen ya desde el otro puente, el del Batán y resulta que ¡hay mujeres también! Estos se lo tienen mejor montado que nosotros. Nos comentan que van a volver al puente de donde vienen y luego se van a Tres Cantos a comer.
 Arribamos a una central eléctrica en funcionamiento desde 1900, que tenía un ruido espantoso y continuamos subiendo y bajando en plan rompepiernas, contemplando el extraordinario paisaje que nos ofrece el Manzanares con sus pequeñas cascadas y sus hoces. Avistamos una playita de arena a donde nos llevó una senda descendente y donde el río se remansaba para poder darnos un baño, pero resulta que estamos en invierno y, aunque hace un día caluroso y espléndido, no somos jabatos de meternos en el agua. La perrita Neska ya se ha metido dos veces y parece que le gusta.
 Llegamos a las ruinas de un molino y nos solazamos con la contemplación del paisaje. Algunos incluso hacemos fotos. Bordeamos unos farallones alejándonos del cauce del río, para volver otra vez a andar casi por su borde. De esta manera encontramos una pradera no muy grande donde podernos atizar unos lingotazos de la bota que hoy, excepcionalmente, ha traído JP en lugar del que la trae siempre. Efectivamente, el vino está muy bueno y el descanso lo agradecemos.
 Sin más incidentes, divisamos una pequeña falla en la orilla derecha del río que la llaman del Vado de la Tabla y es una profunda depresión que cruza el Manzanares. Es una pena que no se pueda ver más de cerca pues está dentro de una finca privada.
  Después de contemplar y fotografiar el puente del Batán, emprendemos el regreso al  punto de partida y buscamos un lugar resguardado del poco viento que hay, donde poder yantar y dedicarnos al “comercio” y al “bebercio”, encontrándolo en una antigua explotación de granito situada cerca de la senda y de la gravera por donde caía el material extraído. Las vistas son paradisíacas, pues divisamos la Cuerda larga con su manto de nieve, el Yelmo, buena parte de La Pedriza y el curso profundo del río que se pierde  entre farallones y precipicios casi inaccesibles.
            Algunos de nosotros tienen prisa por regresar y empiezan a sacar ventaja a los más rezagados que se entretienen en solazarse un poco más del paisaje. Cuando los últimos divisan la presa de El Grajal, los primeros ya se han esfumado.
            Y así termina esta historia para otra historia empezar (el miércoles que viene, claro).

         Paco.