viernes, 7 de marzo de 2014

05/03/2014 Cascada de S. Mamés




                Hemos quedado, para empezar  la marchita, en la plaza del pueblo de Villavieja  del Lozoya. Así es que allí nos vemos nueve de nosotros (JP, JG, J.A., Manolo, Pablo, Fernando, Miguel Ángel, Chicho y Paco, el que suscribe)  y, después de definir bien el camino a recorrer, cogemos los coches y nos vamos al pueblecito de S. Mamés, desde donde iniciamos, ya a pie, la ascensión hacia la cascada, que está a unos cuatro km. Pasamos por el depósito del Canal de Isabel II del pueblo, encontramos un becerro acostado en la cuneta del camino, sospechamos que debe estar enfermo pues ni se mueve,  arribamos a una quesería que vende queso de cabra, donde nos esperan tres portentosos mastines que guardan un gran rebaño de cabras encerrado entre mallas metálicas, y, subiendo lentamente por un camino forestal, nos vamos acercando a un inmenso pinar que, alzando la vista, divisamos al fondo del paisaje.
                Durante la subida, encontramos a cuatro caminantes que bajan ya de ver la cascada y nos cuentan que está como nunca, pues ha llovido bastante y hay nieve en las cumbres que se está deshelando. Justo al entrar al pinar hay una caseta de construcción en piedra que nos viene de perlas para tomar los panchitos y arrearnos unos latigazos de vino que nos van a entonar para llegar a la cascada.
                Después del refrigerio, continuamos la ascensión entre sombras y escuchando el canto de los pajaritos. A unos doscientos metros nos encontramos con una hermosa fuente de piedra donde unos pocos se mojaron la cara o echaron un trago. Por cierto, que hace un día de primavera, excelente para marchar y sin nubes a la vista. Atravesamos algunos arroyos tributarios del que forma la cascada, que se llama Arroyo del Chorro; uno de ellos tiene dos troncos que van de un lado al otro, por donde tenemos que pisar para acceder al otro lado y continuar, ya por un senderito, hacia el rugido de la chorrera, que adivinamos detrás de unas rocas.
                Cuando llegamos a la caída del agua, se nos ofrece un espectáculo extraordinario, pues son unos veinte metros de desnivel  y al chocar abajo el agua con las rocas, vuelve a subir salpicando todo el contorno formando una cortina curvada para descender al segundo salto, no menos espectacular y precipitarse por entre las rocas y los árboles que esconden el curso del barranco. Hacemos las fotos pertinentes, JG busca un geocach y lo encuentra, dejando una moneda extranjera en la marmita de plástico, otros descansan un rato y otros van hacia arriba buscando el origen de la chorrera. Ahora, según los GPSes, debemos volver unos trescientos metros por el mismo camino, y allí tomar otro que sale a nuestra derecha y está señalizado con un hito grande de piedras (ya lo habíamos visto antes al subir); todos conocíamos el desvío, pero si no se va atento, es posible que se pase la gente de él, como nos ocurrió a unos pocos, llegando uno de ellos (el que suscribe),  hasta la caseta de piedra. Una vez salvado el incidente, bajamos por el senderito hasta el arroyo del Chorro donde nos esperaba un puente de piedra sin pretil y donde nos pareció un sitio ideal para almorzar, pues se filtraban unos haces de sol calentitos y además escuchábamos el rumor de la corriente. Este puente no figuraba en ningún mapa, y a un ciclista que subía con la bici a cuestas cerca de la cascada, al que le preguntamos, tampoco sabía nada de él; así es que habíamos bajado un poco al azar, a la espera de que el senderito nos daría una alegría final, como así fue.
                Una vez que almorzamos, degustando la tortilla de patatas de Maruja, el café calentito de Fernando, los diferentes chocolates que algunos aportan y los licores de otros, nos ponemos nuevamente en marcha, atravesamos el puentecito de piedra y comenzamos a subir por la ladera contraria hasta salir del pinar y sumergirnos en un campo abierto desde el  que se divisa la sierra completa de La Cabrera, con su pico de La Miel a la izquierda, el pantano de Riosequillo y otros paisajes montañosos: una gozada.

Siguiendo el camino, atravesamos una cerca, ya unos cuatrocientos metros más allá nos aparece a la izquierda una pequeña tapia de piedra y algunas alambradas por las que J.A. dice recordar que, siguiéndolas, hace un año estuvo por allí y llegó a S. Mamés sin tener que pasar por Navarredonda y luego por carretera hasta allí. Se siguió un poco la tapia y unos pocos determinaron que convendría ver más adelante si salía algún camino en dirección a S. Mamés para cogerlo y evitarnos el rollo de la carretera. Así lo hicimos aunque los GPSes indicaban que era por allí pero tuvimos miedo de que hubiera muchas alambradas. Así es que nos plantamos en un periquete en Navarredonda, donde había unos albañiles arreglando una casa y les preguntamos por el dichoso camino y nos indicaron que era el de la tapia, pero ya no íbamos a regresar al camino, por tanto nos chupamos los últimos km por la carretera.
                Miguel Ángel nos invitó en Villavieja del Lozoya a un cafetito rico pues se acerca el día de su cumpleaños (sesenta y tres) y es posible que la semana que viene no pueda venir y nos quedemos a dos velas. Bonito día.
PACO