CERRO DE LA CAMORCA. Por Paco Expósito García
Esta vez nos hemos juntado muchos en la Venta de los Mosquitos: de la zona norte han venido Antonio, Chicho y José Luis y de la zona sur, Jesús P., Jesús S., Cris, Pablo y Paco. Jesús S. tiene roto un dedo de un pie y sólo puede andar por pista.
Iniciamos la marcha por la pista que sale a la izquierda de la carretera. Desde aquí se ve el Puente de la Cantina con su Fuente de Canaleja o del Peñón donde se pueden llenar las cantimploras. Por debajo del puente pasa el arroyo del Puerto del PULr y, aguas abajo, a unos cien metros se une con la confluencia de los arroyos Minguete y Telégrafo formando ya el Eresma propiamente dicho.
A un km del inicio de la pista, surge un camino a la derecha que asciende paralelo al curso del arroyo de Aguasbuenas (tributario del Minguete); por aquí se deciden a ir Paco y Antonio porque, según los planos, aunque no hay un camino, se va directamente al Cerro de la Camorca (1.814 m). El grueso de la excursión continúa por la pista hasta un lugar llamado Pradera de la Fuenfría, de donde sale una senda a la derecha que asciende hasta el mismo cerro. La senda sólo la cogen Pablo, Chicho y José Luis y se quedan en la pista esperando los dos Jesuses.
El camino que siguieron Paco y Antonio no es recomendable pues se pierde, tiene mucha pendiente y hay que andar entre helechos y ramas y troncos caídos; además hay que estar orientándose constatemente y también hay muchas moscas. Tiene una cosa bonita y es que a medida que se sube se van viendo perfilados La Bola y Siete Picos. Estos dos locos se encontraron con los otros tres que subían, en una pequeña explanada que hay en la base del pico, a 1.728 m y que se llama Majada del Escorial. Bueno, cien metros de subida más y estos aguerridos montañeros estarán en La Camorca. Merece la pena subir porque el espectáculo es asombroso: desde los picos más emblemáticos de Guadarrama como La Bola, Siete Picos, El Montón de Trigo, Peña Cítores, Dos Hermanas, hasta las inmensas planicies de Castilla (Segovia con su Catedral, La Granja,...). Además hay un refugio aceptable y una caseta de los forestales. Paco vio que la puerta estaba abierta y llamó para ver si había alguien y, efectivamente, por detrás de la misma surgió la cabeza de una chica con gafas y coletas laterales preguntando qué queríamos. Fue Antonio, quien, con su curiosidad habitual, quiso saber si ella había subido a pie; le contestó que la subían en un vehículo todo-terreno y luego también la bajaban.
Después de la Hermosa vista volvieron por el sendero a la Pradera. Se encontraron con un Land-Rover que subía a por la chica conducido por un joven: los dos solos allí arriba, qué felicidad.
Ya todos en la pista, ascendieron por ella hasta la Fuente de la Reina donde pararon para almorzar. Hubo trasiego de comida de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de arriba abajo, de abajo arriba, botas de vino cambiando de manos, rodapiés, ensaladas, quesos de cabra, diversos embutidos y, al final, café con leche preparado por Jesús S. y diversas galletas con chocolate. Después de este galimatías, se pusieron a debatir un artículo de un periódico, arreglaron un poco el mundo (¿o lo desarreglaron más de lo que está?) y a continuación, descenso hasta la Venta de los Mosquitos.
Jesús S. prefirió irse por pista con un aparato de radio comprado ex-profeso para escuchar música clásica para entretenerse por el camino. El resto decidió irse por la calzada romana hasta el puerto de la Fuenfría y desde allí bajar por el GR. 10-1 junto al arroyo Minguete hasta la pista.
Pasamos por las ruinas de Casarás (1.708 m), llamada así porque su construcción fue seguida muy de cerca por el secretario del rey Felipe dos palotes, Francisco de Eraso; este hombre la concibió como casa de postas para descanso del rey en sus viajes por estos lares. Después, en 1931, el autor Jesús de Aragón escribió una obra de estilo romántico “La sombra blanca de Casarás” en la que hablaba de un fantasma que habitaba en la casa y que guardaba un tesoro de los Templarios.
Paco se quedó leyendo un letrero de estas historias mientras los demás rebuscaban entre las ruinas. Se marcharon todos por la calzada romana menos Paco que seguía leyendo e imaginando. Así fue como al poco tiempo surgió de la nada una sombra difuminada (¿blanca?) detrás de una reja que le dijo: “Aquéllos que tú puedas ver con una cruz blanca en la frente, saben dónde está el tesoro templario”. Paco, muerto de miedo vio cómo se esfumaba la figura y se quedó bloqueado sin saber qué decir. Se alejó de las ruinas y pensó que todo sería producto de su imaginación. Ya en la calzada se encontró con Cris que estaba cogiendo moras de un zarzal y le ayudó en la tarea. Ya llevaban los dos un retraso de media hora con respecto a los demás. Cuando terminaron de coger moras (que Cris las metió en dos botellas de agua), se encaminaron hacia la Fuenfría donde les estaba esperando el grueso de la tropa. Bajaron ya todos por el GR. 10-1 hasta la pista y desde allí a la Venta de los Mosquitos, donde les estaba esperando Jesús S., con cara de mala hostia, desde hacía hora y media. Chicho y José Luis se fueron y el resto nos quedamos a tomar un café en el puerto de Navacerrada.
Estando los seis sentados a la mesa, Paco quedó sorprendido de ver, de una forma muy difuminada, unas cruces blancas en las frentes de sus amigos. Lo curioso es que sólo las veía él.
29/09/2004
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