domingo, 20 de febrero de 2011

Debate marchoso

C U L T U R A

(Extracto realizado por JP de un artículo de Babelia escrito por J.Gomá)

   Suele decirse que la curiosidad es el origen del conocimiento; puede que lo sea del científico, pero en el origen de la cultura se halla este efecto de estupefacción ante lo natural.  A los ojos del hombre sin cultura -sea o no hombre de vastas lecturas- cuanto le rodea disfruta de la seguridad, evidencia, sencillez y neutralidad de los hechos de la naturaleza. De igual manera que los planetas avanzan por sus órbitas, el mundo es para él un conjunto de actos regulares y previsibles, intemporales en su incuestionada validez.
   Lo que hace de él un yo, el entorno en que vive, las ideas que se le transmiten, el conjunto de creencias latentes en las que flota, las pulsiones, afectos y deseos que alberga, las fuentes de su placer y su dicha, las costumbres que le sostienen, las instituciones que rigen su ciudadanía, el régimen político que le gobierna, los ideales que movilizan sus emociones: todo ello es, para el hombre sin cultura -tenga o no título universitario- un mero datum, algo que está ahí, siempre lo ha estado y siempre lo estará.
  Cuando empezamos a comprender que la imagen del mundo dominante en una cultura, que se nos presenta con la estabilidad, regularidad y fijeza de un hecho de la naturaleza, dotado de una objetividad autónoma y trascendente al hombre, es en realidad una criatura, un "constructo" contingente de ese mismo hombre. Ese hallazgo le produce un estremecimiento no inferior al que sacudió a Jim Carrey cuando, en El show de Truman, vislumbró, por una pluralidad de indicios, la artificialidad del universo que habitaba, convertido en estudio de televisión. El axioma cultural por antonomasia rezaría como una perífrasis de la famosa sentencia de Ortega: la cultura no tiene naturaleza sino historia.
   En cuanto entidades simbólicas, no somos hijos biológicos de la madre naturaleza sino padres adoptivos de la cultura que producimos y cuando descubrimos esta paternidad imprevista, sentimos una extrañeza pareja a la que a veces nos suscita nuestro propio cuerpo.
   Y así como la paternidad biológica puede ser deseada o no mientras que la adoptiva lo es siempre, así también nosotros, tras superar la perplejidad inicial, podemos elegir gozosamente la cultura de nuestro tiempo como resultado de una decisión meditada, y no por forzada necesidad. Caigo en la cuenta de que todo lo que soy, pienso y siento, y todo cuanto existe en la realidad, está históricamente mediado.
   Tener cultura no es saber mucha historia sino un algo más sutil: tener conciencia histórica, lo que es una forma de autoconocimiento. No es lo mismo almacenar datos del pasado que ser consciente de la historicidad de lo humano, aunque a veces lo primero lleva a lo segundo.
   Una conciencia histórica de estas características presenta tres ventajas:
La primera permite asombrarse por los increíbles logros conseguidos por la humanidad haciéndose cargo de los sufrimientos y el esfuerzo colectivo que han requerido. Así podemos, por ejemplo, admirarnos de que sólo en tiempo reciente el hombre haya consentido en renunciar mayoritariamente a la venganza. Igualmente  respecto a la consideración de la dignidad del hombre, el reconocimiento de la libertad individual, la protección del Estado social o la alternancia democrática. El inculto -sea o no intelectual reconocido y creador de opinión pública- descuenta estas conquistas, como un niño mal criado, y quizá hasta las desdeña, aburrido.  El que comprende que las sociedades antiguas, por estar privadas de ellas, fueron moralmente peores en este aspecto a las modernas llega a comprender que es un prodigio civilizatorio que la comunidad actual haya logrado ponerse colectivamente de acuerdo en principios o costumbres como los mencionados.
En segundo lugar, ese hombre puede temerse que, si no se cuidan estos grandes avances morales de la civilización, quizá se malogren en el futuro, arruinando los sacrificios que costaron. Por tanto, el hombre cultivado estará inclinado a mantenerse siempre alerta en una especie de estado de ánimo escatológico previendo los peligros que acechan, pues la suya es una mirada de madurez que anticipa el carácter precario, vulnerable y reversible de todo lo humano, y al ser sensible a la fragilidad del progreso moral, se dejará más fácilmente involucrar en su activa defensa.
Y, por último, si la cultura descansa sobre fundamentos contingentes, sus contenidos son por eso mismo susceptibles de discusión y, cuando procede, de refutación, revisión y abandono. La conciencia histórica, por consiguiente, conduce por fuerza a una conciencia crítica, autónoma y razonadora, que discrimina, en lo presente, aquello que merece conservarse de aquello que debe reformarse.

¿Qué es, pues, ser un hombre culto?  Sólo una cuestión de detalles: sorprender la artificialidad del mundo, cultivar la conciencia histórica y crítica, y comprometerse en la continuidad de lo humano.

3 comentarios:

JP dijo...

En mi opinión el artículo habla sobre todo de que el hombre construye su realidad a nivel colectivo e individual y que por tanto el mismo es consecuencia de la historia que ha producido. Por lo que cambiándola sería otra y seriamos otros ni mejores ni peores pero otros como grupo social y como individuos.

El hecho objetivo en el que uno se encuentra sobre la realidad que vive que ha venido dada por el proceso histórico desarrollado por la humanidad podía ser otro y se puede cambiar siendo él un elemento activo de ese cambio.

Todo aquello sobre lo que descansa nuestro vivir y pensar ha sido construido por el hombre y no ha venido dado por un proceso natural. Se puede por tanto chequear, negar y cambiar. El hecho cultural en el que nos movemos no es dado por la naturaleza sino que ha sido construido y solo es consecuencia de la historia.

No somos pues objetos de la historia sino sujetos activos y por tanto podemos cambiarla pero para ello seremos concientes de que todo nuestro ego es consecuencia de un modelo construido previamente.

Que tenemos una conciencia histórica que debemos reconocer y que permite asombrarse e identificarse por el recorrido hecho hasta ahora, que lo debemos preservar porque podría desmoronarse si no se hace y que se puede cambiar cuando se cree que hay una opción más favorable o por la fuerza de los acontecimientos.

Anónimo dijo...

No es un artículo fácil, yo lo he leido dos veces, pero no me ha impresionado mucho, supongo que por falta de entrenamiento. Es más, no me importa demasiado ser una persona culta, pero si ser capaz de disfrutar de la vida de una forma que no moleste a los demás, y por supuesto ser capaz de descubrir las manipulaciones mediáticas que me rodean continuamente. Me gustaría para ello educarme mejor, ser más sensible y crítico con la realidad que leo, veo y/o escucho, pero esto a mi me resulta muy difícil, ya que continuamente me dirigen ellos a que me forme una opinión del mundo/cosas/hechos que a ellos le interesa, así que apantallarse en el mundo de hoy es realmente complejillo.

Chicho

manolo dijo...

La Unesco, en 1982, declaró:

...que la cultura da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella el hombre se expresa, toma conciencia de sí mismo, se reconoce como un proyecto inacabado, pone en cuestión sus propias realizaciones, busca incansablemente nuevas significaciones, y crea obras que lo trascienden.

(UNESCO, 1982: Declaración de México)

¡Vaya! Parece que ser culto sí es una cuestión de detalles.
Interesante el artículo de Javier Gomá.
Saludos,

Manolo.