viernes, 19 de febrero de 2021

Subida al Tejo Milenario desde La Isla, 17 de febrero de 2021

 

    Iniciamos la ruta al Tejo Milenario el miércoles 17 a las 11 de la mañana casi todos los marchosos en activo menos tres de ello que por diversas razones no pudieron asistir.

    Comenzamos la marcha al revés, como viene siendo bastante habitual últimamente, dejando el río o arroyo de la Angostura a nuestra izquierda.

 



    El arroyo de la Angostura es un torrente de agua que se alimenta de otros arroyos del valle del Lozoya como el de los Monchos, Valhondillo, los Zorros y el más pequeño pero no por ello menos caudaloso arroyo Pingonillos, sus aguas se juntan para formar el arroyo de la Angostura antes de recibir las aguas del Aguilón y verterlas en el río Lozoya.

    Paramos en la pequeña presa, que se desbordaba en una impresionante cascada, para hacer las fotos de rigor, y continuamos subiendo por una senda muy agradable,  acompañados por el  rumor del agua.






    Más adelante, en una de las frecuentes paradas para disfrutar del entorno y seguir con las fotos, el recién incorporado José María, tuvo que volverse a buscar el móvil que había perdido.

    Continuamos hasta una revuelta del camino, donde paramos a tomar los frutos secos y a esperar al susodicho.

    Al cabo de un rato, JM llegó con el móvil que felizmente había encontrado.

    Seguimos la marcha y sin incidentes reseñables, llegamos al punto más alto de la ruta, lugar en el que es necesario cruzar el arroyo para visitar el Tejo Milenario. Como el arroyo venía cargadísimo de agua, tuvimos que jugarnos el tipo pasando medio colgados de un tronco que estaba caído (y, qué peligro, medio podrido) sobre el cauce.

    La vista del Tejo Milenario, que estaba igual que hace cuatro años cuando lo visitamos por última vez, mereció el riesgo corrido.


    Mientras nos fotografiábamos bajo el árbol, algún marchoso comentó, como quien no quiere la cosa, que el tejo,  árbol inmortal y ponzoñoso, temido y venerado, ha ocupado desde edades remotas un lugar preeminente en el bosque de los mitos. Los griegos, que juzgaban este árbol procedente de las regiones infernales, lo consagraron a la diosa Hécate, señora del tártaro, sin perjuicio de consagrarles también a sus enemigos unas cuantas saetas impregnadas con su veneno. Teofastro, Dioscórides, Plinio y otros sabios de la antigüedad ratificarían luego en sus escritos lo que aquellos sagitarios habían demostrado ya por la vía de los hechos en el campo de batalla: que el tejo mata.

    Contestando estas sabias palabras, otro marchoso comentó también, que: fuera ya del paraíso de los mitos y de los símbolos, los farmacéuticos han confirmado que el Taxus baccata contiene en casi todos sus órganos un alcaloide, la taxina, que es un veneno del sistema nervioso y del corazón, que acaba paralizándolo. Y en cuanto a su larga vida, se citan ejemplares que han sobrepasado los dos mil años. Mejor combinación que ésta (toxicidad + longevidad) no se puede pedir para garantizar la supervivencia de una especie, y en buena lógica nuestros montes deberían estar pletóricos de tejos, pero no es así, y la culpa de que no sea así no la tienen ellos, que están eternamente en su sitio sin meterse con nadie, sino los de siempre: nosotros, los hombres.

    Reflexionando sobre estas sabias palabras, volvimos a cruzar el río, menos JA y MA, que siguieron por la margen derecha, e iniciamos la vuelta para encontrarnos en el Puente de la Angostura, donde comimos. Por cierto, el vino de Toro que trajo Paco el guardián y propietario de la bota fue muy celebrado por todos.

    Durante los comida, aprovechamos para recordar que, como ya todos sabíamos,  el Puente de la Angostura, aparte de un punto   imprescindible en  la visita, parece haberse quedado anclado en el tiempo, por su perfecta conexión con el entorno y que, además, se trata de una majestuosa construcción en mampostería fabricada por orden de Felipe II para poder circular en carruaje desde su palacio en la Granja de San Ildefonso hasta el monasterio del Paular.




    Sin más incidentes, cruzando numerosos puentes de madera y disfrutando del paisaje y un tiempo magnífico, volvimos a los coches, unos se fueron rápidamente y  otros disfrutamos durante un buen rato de café, cerveza y charla. Nos despedimos y hasta la próxima.

Miguel