En primer lugar, desde estas páginas de
los marchosos, desear la pronta recuperación de dos de los miembros que no
pueden asistir por sendas operaciones, y a los que se les echa en falta.
Fernando, con su característico humor negro, comentaba, cuando el aire, más
bien vendaval, y la nieve caía sobre nuestras cabezas, lo oportuno que hubiera
sido una disertación, en esos momentos, por parte de J.P sobre el antropomorfismo de los esquimales.
Pasando a los prolegómenos de la
excursión: en el sitio de reunión, para asombro nuestro, siguen manteniendo el
nombre del dictador y sanguinario caudillo, algo que debería hacer aborrecer a
cualquier persona decente de ese pueblo, y mientras esperábamos unos cuantos a
los demás, se nos acercaron un grupo de muchachitas, estudiantes universitarias
de comunicación audiovisual y tomando a Miguel Ángel por un autóctono de esas
tierras le hicieron una entrevista grabada visualmente en la cual con un aplomo
y desparpajo propio de un presentador de televisión, les relató la historia y
milagros de ese pueblo: la encina milenaria, el palacio, la iglesia y el
ferrocarril del Tajuña que unía Madrid con Alocen (en Guadalajara), y que fue,
a la vez, un tren de mercancías y de viajeros, dejando de funcionar hacia 1953.
Siguiendo con nuestra espera decidimos
tomarnos un café en el bar de la plaza. Posiblemente desde la época en que tomó
dicho nombre, no habría pasado por allí un inspector de sanidad ya que los
bollos que tenía en el mostrador, y que ingenuamente Miguel pretendía saciar su
hambre con uno de ellos, estaban completamente mohosos y fue de pura casualidad el que no los
ingiriera. Otro hecho más vendría a confirmarnos lo anclado de este pueblo en
la etapa del dictador: la ausencia del bodeguero (Paco) dejó, de nuevo, en
manos de Miguel el aprovisionamiento de los caldos. En el supermercado del
pueblo, tan cutre como el bar de la plaza, inocentemente pidió si tenían un
vino de Rioja, dándole por única contestación que lo único que tenían era una
botella oscura sin ningún tipo de identificación; rezando para que no estuviera
también caducada y pagando por ella un
precio por el que Paco nos trae un crianza de Ribera del Duero, conseguimos
avituallarnos con un vino para la hora
de comer.
Reunida la grey nos aprestamos, con los
coches, hacia el inicio de nuestra excursión: la vía del ferrocarril que unía
Ambite con Mondéjar.
La vía, durante un par de Km es un puro
pedregal incómodo de andar y que suscitó algunas protestas, yo creo que más propias
de la edad que su dificultad, pues todos
en nuestra juventud hemos trotado por pedreras y cánchales más arduas y
fatigosas. La excursión transcurre principalmente por un sotobosque
Mediterráneo jalonado de carrascas, encinas y quejigos, así como de plantas aromáticas
como el tomillo, la mejorana y el romero (en flor) y de arbustos varios
(aliaga, genista, retama...). Posteriormente y después de tomar los panchitos
al resguardo de una trinchera del ferrocarril, el estado de la vía se hace menos pedregosa y más fácil de andar.
En un momento determinado y dando
vistas a Mondéjar abandonamos la vía
para comenzar el regreso
siguiendo el track original, no sin antes discutir ciertas variantes propuestas
por algunos miembros. Pasamos por campos de labor, pastizales y un campo de
almendros en flor, antes de elegir un sitio para comer. Arrecidos de frío y con
un aire helado que dejaba las manos y rostro gélidos comimos nuestras viandas.
No hubo tiempo para la siesta de Manolo ya que el frío y la nieve no la hacían
recomendable. Así pues, al terminar de comer reemprendimos la marcha para en
pocos minutos dar de nuevo con la vía que nos llevaría hacia los coches, donde José
Luis nos invito en un bar adyacente por la cercanía de su onomástica.
PD. Como apunta Chicho en un correo
posterior a la excursión, la falta de referencias se debe a que la vuelta la
tracé sobre el mapa siguiendo caminos y veredas tradicionales que se observan
en los mapas y ortos del IGN. Creo que se puede hacer esto sin mucho conflicto.
Es evidente que nos podemos encontrar con dificultades imprevistas (la mayor parte
de las veces, vallas cinegéticas), pero también nos va a permitir abrir nuevas
rutas senderistas por los alrededores de Madrid.