Después de varias propuestas que
no habían prosperado, por fin, el miércoles 21 decidimos intentar subir al Montón de Trigo, siempre con
la idea de, en vista de la cantidad de nieve
y el frío, ver cómo estaba la cosa y decidir sobre la marcha.
Nos reunimos en el aparcamiento
de las dehesas cinco marchosos: Jero, Chicho, JL, JA y Miguel, e iniciamos la
subida hacia el collado de Marichiva sin problemas; había poca nieve y hacía
menos frío del previsto. Incluso nos cruzamos con el corredor de turno que sube
a la montaña haciendo footing como si nada y con otro montañero que bajaba en
vaqueros y con las manos en los
bolsillos.
Llegamos a Marichiva, hicimos
unas fotos, disfrutamos del paisaje y cruzamos la puerta de hierro y entonces
es cuando comenzaron los problemas. Cada vez había más nieve y avanzar se hacía
más pesado. Seguimos la huellas que
habían dejado otros aguerridos montañeros como nosotros, pero aun así nos
hundíamos a veces hasta la rodilla y otras veces más todavía.
A ratos perdíamos la ruta que
recuperábamos enseguida gracias al GPS
de Chicho que nos devolvía al buen camino.
El pinar estaba impresionante
todo cubierto de nieve y con las agujas de los pinos blancas por el hielo. Afortunadamente
el frío no aumentó mucho y, a ratos, salía el sol.
Caminando despacio llegamos a los
Ojos del río Moros, donde paramos a tomar los panchitos. Entonces nos dimos
cuenta de que eran las dos de la tarde y de que habíamos avanzado muy despacio.
Después de considerar la
situación, decidimos que, dadas las circunstancias, ni debíamos subir a Tirobarra, ni mucho menos
al Montón de Trigo. Acordamos que la
mejor opción era volver por el mismo camino por el que habíamos subido
siguiendo nuestras propias huellas y así lo hicimos. La vuelta fue mucho más
llevadera que la ida y nos dio tiempo a volver a disfrutar del paisaje nevado y de las vistas.
Llegamos al aparcamiento a las
cuatro, cansados pero satisfechos de la marcha y nos sentamos en una de las
mesas de piedra a comer, que ya era hora. Abrimos la botella de vino, de la que
dimos buena cuenta, comimos cada uno lo suyo y de postre nos inflamos a
chocolate como siempre.
Nos sorprendió, la cantidad de
pájaros (grandes y muy coloridos), que se acercaban sin asustarse casi hasta la
mesa a recoger el pan que les echábamos.
Los del norte se fueron al norte y JA y yo nos fuimos a
tomar un cafetito a la estación de Cercedilla y luego a casa.
Hasta la próxima.