miércoles, 6 de enero de 2016

Empleados contentos, empresarios más ricos


En España se trabajan 1.689 horas anuales, muchas más que en los países del norte de Europa, pero con menor rendimiento

¿Sufre usted reuniones de trabajo cuando ha acabado su jornada laboral? ¿A punto de marcharse, tras cumplir su horario, escucha al jefe decir: “No te irás ya a casa”? Según la OCDE, en España se trabajan 1.689 horas anuales, muchas más que en los países del norte de Europa, pero con menor rendimiento. “Los grandes enemigos de la productividad son la falta de flexibilidad y confianza entre empresa y trabajador. Demasiada tarea para pocos trabajadores. Jornadas interminables. Largas pausas para comer, el desayuno a media mañana, los cigarrillos en la puerta. Constantes interrupciones: e-mail, redes sociales, teléfono y las eternas reuniones”. Lo dice Usue Madinaveitia, periodista creadora de mamiconcilia, papiconcilia y miempresaconciliaplataformas que piden adecuar la vida profesional a la personal. Los datos avalan su propósito: el estudio Bienestar y motivación de los empleados en Europa 2015, de IPSOS y Edenred, revela que la preocupación por el tiempo dedicado al trabajo ha crecido (un 12% en 2013, un 25% en 2015). Y un 41% de los trabajadores están insatisfechos con el equilibrio entre su faceta profesional y privada.

La racionalización de horarios, la flexibilidad de la jornada laboral y el teletrabajo ayudarían a los empleados a ser más productivos. “Pero España es un país de pymes y no es fácil introducir esos cambios con plantilla reducida. Trabajar, en algunos casos, a nivel global precisa horarios para dar servicios a países con diferentes horarios”, afirma Eva Levy, senior advisor de Atos y miembro de la Asociación para la Racionalización de los Horarios Españoles. “Tenemos lo peor de cada huso horario: madrugamos, trasnochamos y no tenemos tiempo para disfrutar o para formarnos. El horario en una empresa debe estar acompañado de gran flexibilidad por parte de la compañía y del empleado, pues ambos tienen que hacerla sostenible en el tiempo”, añade.
Trabajar por objetivos ayudaría a elevar la satisfacción de la plantilla y las finanzas de la empresa. “Siempre que esos objetivos estuvieran bien definidos”, apunta Usue Madinaveitia, que para promover esta modalidad laboral ha creado #salantesdecurrar, inspirado en el Leave the Office Earlier Day celebrado en EE UU. Su objetivo, premiar a quienes concluyen su tarea saliendo de la oficina antes de la hora establecida: una manera de acabar con la cultura del presencialismo. Porque el día que nos vayamos del trabajo sin remordimientos, habremos ganado una batalla. Hay empresas que apuestan por ello; también por hacer que sus empleados “abandonen” un rato su puesto para cargar pilas.

 Como Kyocera Document Solutions –que ofrece soluciones para reducir el tiempo y los recursos que se emplean para gestionar información y documentos–. “Fomentamos que los empleados dispongan de momentos de relax para refrescar la mente y retomar el trabajo con energías renovadas”, explica Óscar Sánchez, su director general. “Disponemos de gimnasio, pádel, pimpón, futbolín, un huerto urbano y mascotas que nos ayudan a desconectar”. Crear un vínculo con la empresa aumenta la implicación en ella, dice Sánchez: “Las actividades extra-laborales favorecen el esfuerzo y el trabajo en equipo”. Entre sus propuestas, meriendas solidarias en las que los empleados atienden a jóvenes en riesgo de exclusión o barbacoas en el jardín de la oficina. Sí, las compañías que miman a su plantilla obtienen mejores resultados. “Estamos hablando de sacar partido al talento y las ganas de comprometerse”, sostiene Eva Levy. “Porque todos comparten un mismo proyecto, sacar la empresa adelante”.

ROSA ALVARES 5 ENE 2016  EL PAÍS  (Trasladado por  JP)


La mamma



 El terapeuta tiene querencia con mi madre. No importa qué problema o qué anécdota le confiese yo: él lo reconduce a ella, la suma sacerdotisa del poder emocional en el hogar. Todo lleva a la mamma. Hay un corto de Woody Allen donde el protagonista huye de su madre, una anciana sobreprotectora y agobiante de aspecto adorable, y se refugia en su piso, pero al salir a la terraza sorprende el rostro de la anciana, suspendido en el cielo de Nueva York como un globo inmenso, reprendiéndole. Mi terapeuta ríe cuando se lo cuento, y yo también río, pero tan pronto llego a casa pienso que mi hija irá probablemente a terapia en unos años para quejarse de mí. Y su hija hará lo mismo con ella, y así hasta el fin de los tiempos.
¿De qué hablamos entonces cuando hablamos de las madres? Si rastreamos la mitología, llegamos hasta Eva. Es imposible retroceder más: Eva no tuvo madre, al igual que Adán. Ambos nacieron con sus vientres lisos, sin ombligo, la marca de los hijos. Sin madres, ni padres, ni hijos, ni abogados, ni psicoanalistas, Adán y Eva lo pasaban en grande. Por algo llamaban Paraíso al lugar donde vivían. Después de la expulsión, ella formó la primera familia de nuestra estirpe, problemática y atormentada como lo serían después todas. Fue Adán quien eligió el nombre de Eva, que significa precisamente madre de todos los vivientes. Adán fue el precursor de esos maridos que llaman “mamá” (¡¡¡¡mamá!!!!) a su mujer (¡¡¡¡¡su mujer!!!!!)… Sinceramente, no sé a qué esperan los psicoanalistas para nombrar a Eva su santa patrona.
NURIA BARRIOS                 5 ENE 2016 -  El país     (Trasladado por JP)

UN PAÍS DE "HIJOS DE"


Francia está convencida de su ‘egalité’, pero la realidad es que son los poseedores de ilustre patronímico quienes ocupan desde consejos de administración hasta portadas de revistas

¿Qué tienen en común Marine Le Pen y Léa Seydoux, heroína de la ­última película Bond? ¿Qué comparte un actor como Louis Garrel con el empresario François-Henri Pinault? ¿Y en qué se parece la ex líder socialista Martine Aubry a la nueva imagen de Chanel, Lily-Rose Depp? La respuesta es sencilla: todos ellos son hijos de. Son las cabezas ­visibles de una nueva aristocracia que se ­extiende a lo largo y ancho de la sociedad francesa. No tendrán sangre azul ni alto copete, pero han logrado ocupar todas las sedes del poder, desde consejos de administración y gabinetes ministeriales hasta portadas de revistas. Su única arma es contar con un patronímico ilustre, convertido en la mejor herencia que tus progenitores te puedan dejar.
Así suena la tesis de dos periodistas de investigación, Aurore Gorius y Anne-Noémie Dorion, que acaban de publicar en su país Fils et filles de… (La Découverte), un ensayo que se adentra en los círculos de esos retoños de familias pudientes en la patria de la supuesta égalité. Las autoras descubrieron que frecuentan los mismos colegios, ya sean inmemoriales instituciones católicas o escuelas Montessori de educación bilingüe. Luego aprenden a jugar al tenis o a montar a caballo en los mismos clubes para happy few y, durante la adolescencia, frecuentan los mismos rallies, exclusivos cenáculos de socialización para los hijos de la aristocracia y la alta burguesía. No es extraño que terminen emparejándose o, por lo menos, trabajando en los mismos lugares, donde se apoyan inevitablemente en la escalera que conduce al poder.
Hace medio siglo, el sociólogo Pierre Bourdieu ya denunció los mecanismos que garantizaban la reproducción de esos privilegios y fortificaban la jerarquía social preexistente. Describió a un país que, pese a creerse plenamente igualitario desde los tiempos de la Revolución –la nobleza quedó oficialmente abolida en Francia en 1789–, se seguía dividiendo “entre herederos y desheredados”. Las autoras del ensayo afirman que la situación no ha mejorado. Más bien lo contrario. “Esa nobleza nunca dejó de existir. Cincuenta años después, esos herederos no solo figuran en la esfera económica y política, sino también en el ámbito cultural”, afirma Gorius. El libro arranca con una lista interminable de hijos de que dominan el mundo del espectáculo, como Vincent Cassel, Chiara Mastroianni o Charlotte Gainsbourg, quien acaba de protagonizar una campaña publicitaria al lado de… su propia hija. “Es como si el propio apellido se hubiera convertido en un negocio”, apunta la autora, para quien “la división entre las élites y el pueblo es un problema central en la Francia de hoy”, convertida en “una sociedad sin combustible, donde el ascensor social ha dejado de funcionar”.
Los expertos dicen lo mismo desde hace tiempo. El economistaThomas Piketty advierte que las desigualdades aumentan desde los ochenta, mientras que el joven sociólogo Camille Peugny ha alertado que el determinismo sigue plenamente vigente: cerca del 70% de los hijos de obreros siguen ocupando empleos de obrero. Sucede en muchos otros sitios, pero en una nación tan íntimamente convencida de su igualitarismo duele todavía más. “Estas dinastías cuentan con una ventaja considerable respecto al resto: la inmortalidad simbólica. Cuando uno se apellida Peugeot, vive de una manera distinta, como si diera continuidad a lo que hicieron sus ancestros”, explica el sociólogo Michel Pinçon, que lleva décadas estudiando a las clases acomodadas junto a su esposa, Monique Pinçon-Charlot. “En cambio, un hijo de obrero no sabe ni cómo se llamaban sus tatarabuelos. El efecto en la autoestima de unos y otros no es el mismo. Los hijos de no se sienten seres aislados, sino eslabones de una estructura superior que, a la vez, les confiere la convicción de ser individuos de excepción”. Así les sigue tratando un país que cortó las cabezas de sus reyes, pero sin eliminar la corte.
 5 ENE 2016 -  El País (Trasladado por JP)