jueves, 17 de septiembre de 2020

EXCURSIONCITA PONTÓN DE LA OLIVA- PRESA DE LA PARRA (16/09/2020)



Mucho calor. Bueno, estamos en verano todavía. Tendríamos que haber venido en invierno.Muy llano, pero muy monótono, tanto el paisaje como el propio camino.

Hemos quedado en el aparcamiento de arriba del Pontón de la Oliva, más amplio y más accesible que el de abajo. Yo, de todas maneras, como no recordaba, me fui al de abajo. Esta vez nos hemos juntado cinco esforzados y entusiastas caminantes, Miguel ángel, José Luis, Juan Ángel, Wolfgang y yo, Paco, que soy el que lleva el vino, esta vez de Tielmes; tiene un poco de roble y lo he metido en bota, claro.

Empezamos la marchita viendo a varios escaladores en los farallones de enfrente. Es una vista espectacular, pues son paredes verticales con diferentes colores, alineadas unas a continuación de otras formando una cortina muy extensa que corre a lo largo del curso del Lozoya. Después de pasar una serie de argollas ancladas a las rocas laterales de la presa, que servían para que los trabajadores de la presa del siglo XIX se sujetaran para no caerse, entramos en un camino estrecho de tierra que avanza a media altura a lo largo del río. La vegetación es baja y no muy abundante, por eso nos va dando el sol en muchos trechos del camino. Comenzamos a sudar aunque no existe un desnivel pronunciado, caminando entre piedras y arena. El Lozoya corre formando pequeñas islitas hacia la presa, sirviendo a algunos patos como piscina para su navegación.

Después de una hora, vemos un grupo grande de vacas, se nos acaba el caminito de tierra y empezamos una pista forestal de grava y asfalto con muchos baches y piedras sueltas. Encontramos varias cuevas que eran minas de ataque que servían de acceso para el transporte de materiales y de entrada a los trabajadores.

A continuación encontramos una cascadita que alimenta al Lozoya donde podemos remojarnos un poco, ya que el sudor continúa. Nos tomamos el cacahuete a la sombra de unos fresnos y abedules en una pequeña explanadita. Probamos el vino y nos pareció bueno. Al continuar, pronto íbamos a entrar en una herradura y nos desviamos a la izquierda cogiendo un camino que ascendía a pleno sol: es un atajo, para evitar la herradura, pero no hay atajo sin trabajo. El ascenso, bien, pero caluroso. El descenso, en picado, y reteniendo el cuerpo con riesgo de caída. No me gustó nada,ni a Wolgang que venía conmigo. Cuando nos juntamos con M.Á. y J.L., tampoco quedaron muy satisfechos de este atajo, manifestando que la vuelta la harían por la herradura. Atravesamos una casa en ruinas, que es donde yo me eché una siesta en otra excursión hace ya muchos años. Hay una foto en el blog, donde aparezco.

Enseguida llegamos a la presa de la Parra, que es la que hay después de El Atazar (siguiendo el curso del río, claro). Fin de la excursión, 8 km.

Iniciamos la vuelta y pasamos por la herradura, donde hay una almenara de sedimentación de la presa de la Parra y a continuación otra pequeña presilla, que se llama de Navarejos. Después nos encontramos con muchas colmenas y varios avisos de que pasemos con precaución pues como se enfaden las abejas, son capaces de atacarnos sin contemplaciones.

Almorzamos en la conexión entre el camino de tierra y la pista forestal de grava y asfalto, nos zampamos nuestros bocatas regados con el vino de la bota (a excepción de Juan Ángel, que no gusta el vino), nuestros postres, y el que quiso se metió entre pecho y espalda un traguejo de “petrolato” aportado por M.Á. para iniciar el último tramo de la excursioncita. Yo estaba ya cansado, cosa que no me ocurrió en las anteriores veces que vine. Tal vez sea por el calor.

Después de una hora, avistamos las cárcavas y los farallones dándonos cuenta de que el final estaba cerca.

Los dos primos se largaron en sus coches y Wolgang, J.Á. y yo nos paramos en Patones a tomarnos un “tomo” (cada uno lo que quiso), donde nos encontramos con Fernando de Acrola y charlamos un ratito (con máscaras, por supuesto). Ellos habían ido a Cabeza Antón, en el Atazar y nos dijeron que también deberían haber subido en invierno, pues el calor les había resultado un hándicap algo durillo.

Y de aquí, cada cual a su casa. ¡Hasta pronto!


Paco