sábado, 23 de octubre de 2010

Píldoras

Algunas cosillas dichas en la última excursión del 20/10/10:
1.-Dice uno: "...pues yo es que me ducho desnudo..."  y otro: "¿Ah, sí? Creí que lo hacías con neopreno".
2.- Uno: "Convendría restringir algo a los del Imserso"
Comentario: ¡Eso es!, sigamos quitándole cada vez más a los que menos tienen. Convendría echarle una ojeada a las Sicav.
3.- Escribe uno en el correo: es que los marchosos no hacemos excursiones sino ascensiones.
Comentario: Habrá que subir algo, ¿no? ¿O nos limitamos a hacer excursiones por el Retiro?

Paco

jueves, 21 de octubre de 2010

El cacahuete no tiene colesterol. Frutos secos para el deportista

Dado que se comenta a veces que el cacahuete es malo porque tiene
mucho colesterol, he mandado analizar y para sorpresa de algunos el
resultado es que no tiene colesterol y es bueno para el corazón y la
tension arterial por sus grasas no saturadas.

 

Propiedades del cacahuete:

* Es un alimento muy nutritivo.
* Su gran aporte en azúfre convierte al cacahuete en un
desinfectante de las vías respiratorias.
* El cacahuete actúa como antioxidante de las membranas celulares
por su aporte en vitamina E.
* 50 g. de cacahuetes cubren la cuarta parte de las necesidades
diarias en proteína.
* Su porcentaje en magnesio ayuda a sintetizar correctamente las
proteínas que nos ofrece.
* En porciones moderadas es recomendable ante el embarazo por su
contenido en ácido fólico.


Los frutos secos son semillas pobres en agua y ricas en grasa, como la nuez, el anacardo, la almendra, la avellana, las pipas de girasol o los cacahuetes, o en hidratos de carbono complejos, como las bellotas y las castañas. Gracias a su interesante valor nutritivo se les considera alimentos apropiados para reponerse tras un esfuerzo físico intenso y duradero. Especialmente si este esfuerzo provoca un alto consumo de calorías o, lo que viene a ser lo mismo, un gasto energético importante.
Este es precisamente el caso de los deportes de larga duración o de un ejercicio físico sostenido a lo largo del tiempo, como podría ser una excursión a ritmo fuerte de varias horas o pruebas deportivas prolongadas. El esfuerzo que se mantiene en estos casos provoca que, conforme se van agotando las reservas de glucógeno, el organismo emplea las grasas como principal combustible energético.

Proteínas de alta calidad
La combinación de frutos secos y cereales aporta proteínas completas y de alta calidad
Los frutos secos además de grasa y de hidratos de carbono contienen proteínas incompletas deficitarias en un aminoácido esencial -componente más simple de las proteínas-, llamado metionina. Este aminoácido abunda en los cereales, de ahí que juntos en una misma comida den lugar a proteínas tan completas como las que están presentes en los huevos, las carnes, los pescados o la soja.
La variedad de combinaciones de dichos alimentos, frutos secos y cereales, puede ser tan amplia como permita la imaginación y las ganas de probar platos nuevos.
Saludos
Jose Luis

lunes, 18 de octubre de 2010

Montes de Toledo

Tema: cómo me libré de la locura
La comparecencia. Por Manuel Navarro Seva

Ayer estuve horas frente al televisor viendo al ex presidente declarar ante la Comisión del Congreso. No sé si el acomodarse el cabello detrás de las orejas cada vez que se quitaba las gafas era un gesto ensayado o un tic nervioso. Quizá un gesto premeditado, parecía estar sereno. El caso es que hablaba con tanta seguridad y firmeza que llegué a pensar que los que mentían eran todos los demás. Hasta yo mismo me sentí culpable. Cómo me había dejado engañar estando tan claro que todo el mundo había mentido y manipulado. Soy estúpido, me dije, he apoyado a los terroristas por haber creído en la oposición, en algunos medios de comunicación, en la mayoría de los comparecientes en la Comisión, en mis amigos, en mi fontanero, en la prensa internacional. A todos les creí y me engañaron: el único que decía toda la verdad era Aznar. Todos están locos menos él. Esta mañana me he sorprendido a mí mismo alisándome el cabello de mis sienes.

Madrid, 30 de noviembre de 2004



319-Puerto del Cardoso

SIERRA DEL RINCÓN. Por Manuel Navarro Seva

Quedamos en el Centro de Interpretación de Montejo de la Sierra con los de la zona Norte, JG, Chicho y JL. En mi coche íbamos JS, JP y yo. Aparcamos los coches y entramos en el Centro, donde una guía mostraba la zona a un grupo de excursionistas sobre una gran maqueta que hay a la entrada. Me pareció extraño no ver ninguna mujer en el grupo, todos los excursionistas eran hombres. Después de coger varios folletos, y de preguntar por las visitas programadas al hayedo, nos fuimos al coche para continuar hasta el puerto de El Cardoso.
Comenzamos la marcha en sentido contrario a como la había descrito JS y cuando llevábamos una hora y media aproximadamente andando, nos encontramos con el grupo de hombres que habíamos visto en el Centro de Interpretación. Estaban sentados en un llano junto al camino, conversando. Eran en total diez. Nos acercamos a ellos y, después de saludarles, nos invitaron a sentarnos y a compartir su agua y su vino. Nos sentamos y, antes de que preguntáramos, nos dijeron que eran curas. Pronto la conversación nos retuvo más de lo que habíamos previsto. El tema que debatían era el matrimonio entre homosexuales. Y lo más sorprendente era que estaban abiertamente a favor. Uno de ellos dijo que no le extrañaba la postura de la Iglesia, le parecía lógica, pero lo que le llamaba la atención eran sus argumentos. Curiosamente, decía, no son los argumentos tradicionales del pecado de sodomía, de la condenación a las llamas del infierno, sino que había que oponerse al matrimonio entre homosexuales porque “atenta contra la razón y el justo orden social”. Otro decía que ahora la jerarquía habla sin pudor de los derechos de los homosexuales, para decir a continuación que por el bien de los niños, entre sus derechos no puede estar el de la unión estable, ni el derecho de adopción. El problema es que para ellos, la jerarquía, el matrimonio es un sacramento y ellos son los mediadores entre el cielo y la tierra, y esa mediación les da el derecho de regular todos los aspectos de esta relación humana: la forma, el rito de su celebración, las características de las relaciones sexuales, el número de hijos, los medios anticonceptivos, etc. Y por supuesto, la indisolubilidad. Ahora la sociedad ya no se deja impresionar ni convencer por sus argumentos tradicionales y acuden a argumentos laicos: la razón y el justo orden social. Otro dijo: “desde luego es un avance, los homosexuales ya no son quemados en la plaza pública, incluso se les reconocen derechos, pero cuidado, están pensando en “sus razones” y en “su orden social” y cuando la sociedad decide libremente cambiar sus reglas, se visten de corderos para impedírselo”.
En esto, dos curas estaban cogidos de la mano y se miraban tiernamente a los ojos. La conversación seguía por esos derroteros, y nosotros decidimos continuar nuestra marcha, y nos despedimos. Tomamos las mochilas y seguimos andando.
Una hora más tarde paramos a comer y volvimos a hablar sobre el tema, reflexionando sobre lo que acabábamos de escuchar. Pero algunos, a pesar del café, nos tumbamos en la hierba y entornamos la mente a la sombra de una neblina que nos traspuso durante unos minutos.
Hacia las cinco de la tarde empezó a caer una lluvia fina que anunciaba el cambio de estación, justo en el momento en que completábamos nuestra marcha circular de unos 11 Kilómetros. Ya no volvimos a ver a los curas, que andaban en sentido contrario y que, sin embargo, pertenecían también a la Iglesia. Qué cosas hay que ver.

Madrid, 8 de octubre de 2004



253-Venta de los Mosquitos-La Camorca

CERRO DE LA CAMORCA. Por Paco Expósito García


Esta vez nos hemos juntado muchos en la Venta de los Mosquitos: de la zona norte han venido Antonio, Chicho y José Luis y de la zona sur, Jesús P., Jesús S., Cris, Pablo y Paco. Jesús S. tiene roto un dedo de un pie y sólo puede andar por pista.
Iniciamos la marcha por la pista que sale a la izquierda de la carretera. Desde aquí se ve el Puente de la Cantina con su Fuente de Canaleja o del Peñón donde se pueden llenar las cantimploras. Por debajo del puente pasa el arroyo del Puerto del PULr y, aguas abajo, a unos cien metros se une con la confluencia de los arroyos Minguete y Telégrafo formando ya el Eresma propiamente dicho.
A un km del inicio de la pista, surge un camino a la derecha que asciende paralelo al curso del arroyo de Aguasbuenas (tributario del Minguete); por aquí se deciden a ir Paco y Antonio porque, según los planos, aunque no hay un camino, se va directamente al Cerro de la Camorca (1.814 m). El grueso de la excursión continúa por la pista hasta un lugar llamado Pradera de la Fuenfría, de donde sale una senda a la derecha que asciende hasta el mismo cerro. La senda sólo la cogen Pablo, Chicho y José Luis y se quedan en la pista esperando los dos Jesuses.
El camino que siguieron Paco y Antonio no es recomendable pues se pierde, tiene mucha pendiente y hay que andar entre helechos y ramas y troncos caídos; además hay que estar orientándose constatemente y también hay muchas moscas. Tiene una cosa bonita y es que a medida que se sube se van viendo perfilados La Bola y Siete Picos. Estos dos locos se encontraron con los otros tres que subían, en una pequeña explanada que hay en la base del pico, a 1.728 m y que se llama Majada del Escorial. Bueno, cien metros de subida más y estos aguerridos montañeros estarán en La Camorca. Merece la pena subir porque el espectáculo es asombroso: desde los picos más emblemáticos de Guadarrama como La Bola, Siete Picos, El Montón de Trigo, Peña Cítores, Dos Hermanas, hasta las inmensas planicies de Castilla (Segovia con su Catedral, La Granja,...). Además hay un refugio aceptable y una caseta de los forestales. Paco vio que la puerta estaba abierta y llamó para ver si había alguien y, efectivamente, por detrás de la misma surgió la cabeza de una chica con gafas y coletas laterales preguntando qué queríamos. Fue Antonio, quien, con su curiosidad habitual, quiso saber si ella había subido a pie; le contestó que la subían en un vehículo todo-terreno y luego también la bajaban.
Después de la Hermosa vista volvieron por el sendero a la Pradera. Se encontraron con un Land-Rover que subía a por la chica conducido por un joven: los dos solos allí arriba, qué felicidad.
Ya todos en la pista, ascendieron por ella hasta la Fuente de la Reina donde pararon para almorzar. Hubo trasiego de comida de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de arriba abajo, de abajo arriba, botas de vino cambiando de manos, rodapiés, ensaladas, quesos de cabra, diversos embutidos y, al final, café con leche preparado por Jesús S. y diversas galletas con chocolate. Después de este galimatías, se pusieron a debatir un artículo de un periódico, arreglaron un poco el mundo (¿o lo desarreglaron más de lo que está?) y a continuación, descenso hasta la Venta de los Mosquitos.
Jesús S. prefirió irse por pista con un aparato de radio comprado ex-profeso para escuchar música clásica para entretenerse por el camino. El resto decidió irse por la calzada romana hasta el puerto de la Fuenfría y desde allí bajar por el GR. 10-1 junto al arroyo Minguete hasta la pista.
Pasamos por las ruinas de Casarás (1.708 m), llamada así porque su construcción fue seguida muy de cerca por el secretario del rey Felipe dos palotes, Francisco de Eraso; este hombre la concibió como casa de postas para descanso del rey en sus viajes por estos lares. Después, en 1931, el autor Jesús de Aragón escribió una obra de estilo romántico “La sombra blanca de Casarás” en la que hablaba de un fantasma que habitaba en la casa y que guardaba un tesoro de los Templarios.
Paco se quedó leyendo un letrero de estas historias mientras los demás rebuscaban entre las ruinas. Se marcharon todos por la calzada romana menos Paco que seguía leyendo e imaginando. Así fue como al poco tiempo surgió de la nada una sombra difuminada (¿blanca?) detrás de una reja que le dijo: “Aquéllos que tú puedas ver con una cruz blanca en la frente, saben dónde está el tesoro templario”. Paco, muerto de miedo vio cómo se esfumaba la figura y se quedó bloqueado sin saber qué decir. Se alejó de las ruinas y pensó que todo sería producto de su imaginación. Ya en la calzada se encontró con Cris que estaba cogiendo moras de un zarzal y le ayudó en la tarea. Ya llevaban los dos un retraso de media hora con respecto a los demás. Cuando terminaron de coger moras (que Cris las metió en dos botellas de agua), se encaminaron hacia la Fuenfría donde les estaba esperando el grueso de la tropa. Bajaron ya todos por el GR. 10-1 hasta la pista y desde allí a la Venta de los Mosquitos, donde les estaba esperando Jesús S., con cara de mala hostia, desde hacía hora y media. Chicho y José Luis se fueron y el resto nos quedamos a tomar un café en el puerto de Navacerrada.
Estando los seis sentados a la mesa, Paco quedó sorprendido de ver, de una forma muy difuminada, unas cruces blancas en las frentes de sus amigos. Lo curioso es que sólo las veía él.

29/09/2004



004-Canencia

PICO PERDIGUERA. Por Paco Expósito García

Hoy hace un día espléndido. Debe ser el veranillo de S. Miguel adelantado.
Desde el puerto de Canencia, iniciaron esta excursión cuatro personas: J.S., Cris, Pablo y Antonio. Al llegar al refugio de El Hornillo, J.S. y Cris continuaron andando por la pista hasta que ésta cruza con el arroyo de Sestil, mientras que Pablo y Antonio fueron por la senda que discurre más baja a mano derecha de la pista, detrás del refugio. Ya se habían deleitado con los asombrosos pinos de Douglas que aparecen a la derecha de la pista. Las dos ramas de la excursión hicieron un alto en el cruce con el arroyo, que está justo en la chorrera de Mojonovalle, hoy poco vistosa con su pequeño hilillo de agua, unos por arriba, en la pista, otros por abajo, en la senda.
Aquí se les unió Paco que acudía por la senda hacia la chorrera.. Una vez reagrupados, continuaron los cinco por la pista así como uns cuatrocientos metros, donde Pablo, Antonio y Paco comenzaron a subir por un cortafuegos en el que se apreciaba poco desnivel; los otros dos, siguieron por la pista que, de una forma circular, les llevaba otra vez al refugio mencionado. Allí quedaron los dos grupos para almorzar.
Por el cortafuegos se llegó a una explanada, con terreno encharcado en época de lluvias, llamado Cerro del Cuclillo. Al fondo, detrás de un espeso pinar, se encuentran el Cerro de la Junciana (1.872 m) y, a la izquierda, el pico Perdiguera (1.866 m) con sus repetidores; estos dos picos están unidos por un cortafuegos que transcure por la cuerda entre ambos. Pasado el Cerro del Cuclillo, se encontraron con una pista que tomaron a la izquierda un tramo de unos trecientos metros, para luego subir por otro cortafuegos que aparecía perpendicular a la pista y que llevaba en media hora de ascenso, al Cerro de la Junciana, el pico más alto, pero con pocas vistas. Una vez en el pico Perdiguera disfrutaron de unas vistas excepcionales: parecía que La Najarra y Peñalara se les metía por los ojos y se les caían encima.
La bajada la hicieron buscando el nacimiento del arroyo Sestil del Maíllo (variedad de manzano muy apreciada en Asturias); lo de Sestil le viene por la hora sexta de los romanos, la hora central del día, la más calurosa (de aquí se deriva la palabra “siesta”), atravesando campo a través el Cerro del Cuclillo. Bajando el curso del arroyuelo bien por la derecha o bien por la izquierda, pasando de una margen a otra se hace un descenso agradable y a la sombra. Al llegar a la cascada de Mojonovalle, en su parte alta, en la pista, Paco encontró a un antiguo compañero de trabajo que había salido con otro grupo de excursionistas. Se saludaron y nuestros tres personajes bajaron al refugio de El Hornillo a comer con los otros dos, que ya habían comido pues eran más de las cuatro de la tarde.
Después de dar buena cuenta de las dos botas de vino (de Pablo y de Paco) y de la comida, Paco empezó a adormilarse pero antes cogió la botella de agua vacía y se a cercó a la fuente de la pista con el fin de rellenarla. Parece que fue un golpe de aire o una fuerza repentina lo que le colocó, en una décima de segundo, con los compañeros que había saludado antes. Pero ahora el espectáculo era dantesco: cadáveres esparcidos por la pista, por el arroyo y en la bajada a la cascada, en posturas grotescas, unos mordiendo una fruta, inmóviles, otros tumbados, con la cabeza hacia atrás, los ojos muy abiertos, las piernas cayendo sin una postura concreta, como si fueran de trapo, por entre las rocas; parecía como si hubieran celebrado una comida pantagruélica y un castigo divino los hubiera exterminado, víctimas de sus excesos.
Paco echó a correr por la pista, al encuentro de sus amigos para entre todos decidir qué se podría hacer, pero la pista se alargaba cada vez más, parecía interminable y nunca llegaba al refugio; él se iba angustiando y cansando cada vez más y cuando ya, exhausto, , cayó boca abajo en la pista, despertó tumbado en un banco donde sus amigos charlaban animosamente y trataban de arreglar el mundo, como se hace en todas las sobremesas.

22/09/2004


291-Navafría-Los Chorros

EXCURSIÓN A EL CHORRO. Por Manuel Navarro Seva

Cuando llegamos a Lozoya del Valle, Mariví dijo que no había llevado el coche porque pensó que no haría falta un coche más. Era lo correcto, sin embargo los planes que había propuesto JP debían de cambiarse al no disponer de un segundo coche de apoyo para hacer la excursión prevista de sólo bajada. En realidad, aunque no hubiera venido Mariví ya sabíamos que tendríamos que cambiar de plan al no venir Paco ni JS, que había sufrido un accidente con un bordillo de una acera de Gallardón y se había roto un dedo del pie, pero el hecho de que Mariví no trajera coche podía servir de excusa para reafirmar nuestra masculinidad echando a alguien del otro sexo la culpa de tener que cambiar el plan.
Era la primera vez que una mujer nos acompañaba desde que en septiembre del año pasado me uní al grupo de los marchosos. El asunto carecía de importancia en sí. Sin embargo, cuando llegué a Lozoya y vi quienes ocupaban el coche de Chicho, me inquieté. Pensé que algo podía cambiar en el grupo por el hecho de que viniera una mujer. Luego de los saludos de bienvenida me fui tranquilizando al comprobar que su actitud hacia el grupo era bastante normal, nos trataba como a iguales y su forma de hablar se parecía a la nuestra; además, se acercaba a mirar el mapa y opinaba como uno más, sin tratar de imponer su criterio. Es más, dijo que sólo había traído comida para ella, como queriendo establecer de antemano su igualdad. En un momento dado, me pareció que hasta JP oía sus comentarios sin temor alguno, aunque trataba siempre de razonar sus propuestas con un cierto matiz de condescendencia.
Al llegar al puerto de Navafría, tuvimos una ligera discrepancia. La niebla era espesa y JP propuso bajar hasta que la niebla desapareciera para hacer la marcha circular en un terreno más agradable. Los del área Norte, y Mariví con ellos, propusieron que nos quedáramos allí pensando que con el transcurrir del tiempo la niebla desaparecería. Al cabo, decidimos bajar continuando hacia Navafría y luego tomamos la desviación a la izquierda hasta llegar al área recreativa de EL CHORRO, donde lucía el sol, a ratos tapado por alguna nube.
A la entrada, una robusta joven nos dijo que eran cuatro euros por aparcar. Sin decir palabra pagamos los euros y dejamos el coche. Unos niños hacían el recorrido del parque de aventuras supervisados por monitores de aspecto saludable. Nosotros comenzamos la marcha subiendo por un camino que nos condujo en una media hora hasta la cascada. Nos detuvimos y contemplamos la caída del agua en una poza oscura desde una altura de unos 40 metros. Cris se entretuvo recolectando fresas salvajes mientras los demás le mirábamos con el alma en vilo por lo peligroso del entorno: había una alambrada rodeando la poza y las piedras estaban resbaladizas por la humedad, como informaba un cartel de peligro. JP hizo fotos y luego le vimos trepar por las escaleras de piedra que hay a la derecha de la cascada y explorar el camino. Pronto le seguimos pero al llegar arriba tuvimos que retroceder por lo impracticable del terreno. Volvimos a bajar la escalera y cruzamos el puente siguiendo una senda junto a la margen derecha del río. Mariví señaló de pronto un camino que subía a la derecha, y lo tomamos hasta llegar a un camino forestal por el que continuamos. A nuestra derecha el río corría por entre un pequeño y selvático cañón. Una media hora más tarde nos detuvimos a comer. Llegamos sudando. Mariví se apartó un poco para cambiarse de camiseta. El suelo estaba húmedo y había un buen número y variedad de setas, incluso encontramos un níscalo. Tomamos nuestra comida y compartimos la tortilla de JG y su café con leche, y chocolate, y queso que ofrecieron Chicho, Pablo y JL. Cuando hubimos terminado de comer, JP sacó el artículo de Leguina sobre la ley contra el maltrato de la mujer y comenzó a leer pero la discusión se derivó hacia otros temas. Mariví, JG y yo peinamos la zona en busca de setas pero no encontramos ninguna más.
Regresamos caminando por una senda que corría dejando el río a nuestra derecha. Subimos hasta un collado y desde las rocas contemplamos el cañón y el inmenso valle. Mariví, que tiene buen ojo para las setas, me indicó el lugar donde había dos níscalos y, más tarde, otros dos, que habían crecido junto al camino; yo los corté con mi navaja suiza y los guardé en una bolsa de plástico que me dio ella. Hacia las 18.00 llegamos a la zona recreativa y tomamos cafés y refrescos en el bar restaurante, atendido por una mujer joven. Comentamos lo mucho que habíamos disfrutado del día y yo pensé que no había estado mal la experiencia de haber tenido con nosotros a una buena amiga. Quizá deberíamos plantearnos el dar cabida en el grupo a otros miembros del sexo débil, no por el hecho político de la paridad sino por sus propios méritos.
Ya en casa preparé un revuelto de níscalos que mi mujer me agradeció con un beso al tener la cena hecha cuando llegó del trabajo.

Madrid, 11 de septiembre de 2004

413-Molinos del Perales

MOLINOS DEL PERALES. Por Manuel Navarro Seva

El 16 de junio de 2004 nos dirigimos a Navalagamella para realizar la última marcha del curso. Esta vez, debido al calor, la propuesta era dar un paseo a orillas del río Perales, de unos 6 Km. ida y vuelta, y luego comer en un restaurante de la zona, el Tomillar, situado en la carretera de Valdemorillo a Navalagamella. Llegamos a la plaza del pueblo a eso de las 11.00 y ya estaban esperándonos allí Chicho, JG y JL, esta vez no venía Darky. Al llegar, nos sorprendió el despliegue que había en la plaza. Tres coches de la Guardia Civil estaban aparcados y varios números de la Benemérita caminaban deprisa hacia el ayuntamiento, con las ametralladoras en las manos apuntando al suelo. Un coche patrulla de la policía local llegó en ese momento. Dos policías municipales se apearon del coche y se dirigieron a saludar al sargento de la Guardia Civil que cruzaba el umbral de la puerta del consistorio. Nosotros nos detuvimos lo justo para saludar a nuestros compañeros y volver a subir a los coches. Paco quería preguntar qué ocurría pero tanto JS como JP y yo se lo quitamos de la cabeza no sin emplear nuestros mejores argumentos para no demorar más el inicio de la marcha.

Tomamos la carretera hacia Valdemorillo y nos preguntábamos qué estaba ocurriendo cuando llegamos al puente sobre el río Perales. Aparcamos en el arcén de la carretera. Dos guardias apostados junto al puente se acercaron a nosotros mientras cambiábamos de botas.
-Buenos días, documentación-pidió uno de los guardias mientras nos miraba displicente. El otro guardia echaba la vista sobre los coches mirando de reojo nuestros movimientos.
Pensé que habríamos aparcado mal y empezamos a entregarles el carné de identidad. Compararon las fotografías con nuestras caras y nos devolvieron los documentos.
-¿Qué vienen a hacer aquí?-preguntaron.
-Venimos de excursión-respondió JP con una mueca a modo de sonrisa. Paco, que no podía vivir de curiosidad, les preguntó a qué se debía la movida. Uno de los guardias dijo:
-No tienen nada que temer. Todo esto lo hacemos por su seguridad. Circulen.
Comenzamos la marcha por una pista de tierra, río arriba, hasta llegar a una casa rústica. Tomamos luego la senda más próxima a la orilla, a la derecha de la casa, y caminamos por una garganta granítica entre encinas, enebros, cornicabras y sabinas, hasta llegar al molino de Baltasar, del que sólo queda el torreón de piedra, o cubo, donde el agua se embalsaba y, al salir en chorro por una pequeña compuerta de la parte inferior, generaba la fuerza necesaria para mover la maquinaria. Siguiendo el largo caz, que conducía el agua del río hasta la boca del cubo, nos encontramos, a unos 20 minutos del inicio, con el molino Alto que conserva la singularidad de un precioso acueducto aéreo de ladrillo que salva la distancia entre el caz, el cual corre por la ladera, y el cubo, pegado al río. Avanzamos por el caz del molino Alto, labrado en la pura roca, y llegamos en otros 20 minutos a las inmediaciones de la tubería que comunica los embalses de Picadas y Valmayor. Unos minutos después nos sentamos a descansar en una pradera, orlada de fresnos copudos, en la que nace el Perales fruto de la unión de los arroyos de Conejeros y de Fuentevieja.

-Debemos llamar al restaurante para reservar-dijo JG comprobando que el móvil no tenía cobertura.
-¿Quién quiere cordero?-preguntó JL. En principio todos preferíamos cordero excepto JS.

A una hora aproximadamente del inicio, pudimos reconocer los pilotes y tajamares del puente por donde la Cañada Real Leonesa cruzaba el arroyo Conejeros y desde allí comenzamos la vuelta por la Cañada. JG volvió a mirar el móvil, aún sin cobertura. Cuando llevábamos una media hora andando, nos percatamos de que el camino conducía al pueblo y tuvimos que adentrarnos en la arboleda, hacia el este y cruzar campo a través hasta encontrar el arroyo por cuya margen caminamos otra media hora y llegamos hasta la casa rural donde habíamos empezado la marcha.

Nos dirigimos en los coches al restaurante. Parecía cerrado. Sin embargo, la puerta de hierro forjado cedió chirriando a un ligero empujón de JP y la abrimos para meter los coches. Tocamos a la puerta de una casa grande con porche. Macetas de geranios y rosas lo adornaban. Cuatro mesas metálicas y sillas de plástico blanco se hallaban desiertas. Estaban limpias. Nadie respondía a nuestra llamada. A la derecha de la puerta de entrada había un timbre eléctrico de plástico roñoso. JS pulsó el timbre. Al cabo, salió una señora de unos 80 años.
-¿Qué se les ofrece?-dijo con voz chillona. El vestido negro que cubría su cuerpo delgado era tan viejo como ella. Su mano izquierda deformada por la artritis se agarraba a la puerta entreabierta como queriendo impedir el paso.
-Queremos comer. ¿Tienen ustedes cordero?-Preguntó JL. Los demás nos miramos sin decir palabra, moviendo la cabeza para indicar los coches.
-El restaurante sólo abre los fines de semana-nos dijo la vieja.
-¿Nos puede servir unas cervezas en las mesas del porche?- interrogó Chicho.
Antes de que la señora dijera algo, dos individuos empujaron a la mujer, abrieron la puerta y nos invitaron a entrar a punta de pistola. Se expresaban en español pero tenían aspecto de árabes.
-Perdonen pero nosotros ya nos íbamos-dije yo.
-Ustedes entran y se quedan calladitos. Pasen al salón y tomen asiento en las sillas del comedor. No se inquieten pero deben saber que nos busca la policía. Señora sírvales unas cervezas.

Miré el móvil y tenía cobertura. Uno de los árabes me puso la pistola en la sien y me arrebató el teléfono. Pidió a los demás que entregaran el suyo. Nos ordenó que nos levantáramos y nos cachearon. Cuando se aseguraron de que no llevábamos armas ni teléfonos nos dejaron tomar las cervezas. Ellos se sentaron en una mesa de un rincón del salón sin quitarnos la vista de encima. La mujer de negro había desaparecido. Al cabo vino de la cocina con unos huevos con patatas fritas y los depositó en la mesa de nuestros secuestradores. Uno de ellos exigió a la mujer que hiciera huevos fritos para nosotros también.

Cuando estábamos comiéndonos los huevos, el timbre de la puerta zumbó. Los secuestradores se levantaron de su mesa y uno cogió a la mujer del brazo y la amenazó con la pistola, susurrándole algo al oído. El otro vino hasta nosotros e hizo lo mismo diciéndonos que no hiciéramos ruido acercándose el índice extendido la boca. El timbre volvió a sonar. Todos permanecimos en silencio. Una mosca se acercó revoloteando y se posó en mi mano. Apenas la moví para que me dejara en paz. Me preguntaba si sería la policía y si podríamos salir del restaurante con vida. En un instante pasaron por mi mente montones de pensamientos que se agolpaban en desorden. Notaba cómo el pulso latía en mis sienes y me pregunté si no me habría subido la presión arterial. Al cabo, el timbre dejó de sonar, un coche arrancó y el ronquido del motor se alejó de inmediato. Miré el reloj. Eran las 16.05. Uno de los árabes nos pidió un cigarro. Yo se lo ofrecí. Lo encendió y tras echar una bocanada de humo me dijo que quería dejarlo. Entonces, se sentó a mi lado fumando despacio y me dijo:
-Hace 10 años que vivimos en España, sin papeles, trapicheando con la droga. Pequeñas cantidades, no vaya usted a creer, hachís y esas mierdas, se saca pasta para poder vivir y nada más. Desde los atentados del 11-M vamos de culo. Nos tienen acorralados, asechados, puteados. Sólo queremos encontrar un trabajo y vivir en paz…
-¿cuándo nos vais a soltar?- le pregunté. Él me miró serio y no contestó a mi pregunta. Pasada una media hora, nos dijeron que les teníamos que llevar a Madrid en nuestros coches. No tuvimos más remedio que obedecer. Pagaron la cuenta, incluidas nuestras cervezas y la comida. Uno de ellos se subió al coche de JL y el otro al de JP. Cuando llegamos al barrio de la Estrella nuestro invitado se despidió de nosotros con un fuerte apretón de manos y nos pidió perdón por las molestias. A las 18.00 encendí el televisor para ver el partido de España contra Grecia.
Madrid, 17 de junio de 2004.

389-Camino del Palero

CAMINO DEL PALERO. Por Manuel Navarro Seva

Llegamos al monasterio de El Paular a las 11.15. Buscamos el aparcamiento de la zona recreativa de Las Presillas y, al entrar, un guarda nos pidió 4 euros por aparcar el coche. Nos pareció que no merecía la pena gastar ese dinero habiendo como había sitio en el exterior. Luego de dar la vuelta, rodeando la caseta del guarda para salir, nos encontramos con Chicho que venía en el coche de JG. Enfrente de la entrada del aparcamiento había un todoterreno parado en la calzada, ocupando un carril, delante de la señal triangular de emergencia. Un hombre estaba mirando a través del objetivo de una cámara de cine, y otros 3 o 4 más merodeaban alrededor de otro coche, un BMW de color negro, aparcado unos 20 metros detrás del todoterreno. Hablaban entre ellos pero no pudimos oír lo que se decían. “Estarán grabando el paisaje”, pensé. Aparcamos el coche de JG a la sombra de unos robles, junto a la carretera. Nos metimos los cinco: Paco, JP, JS, Chicho y yo en el coche de Paco y en un cuarto de hora llegamos a Cotos, donde nos esperaba JG con Darky.

Caminábamos hacia la salida del aparcamiento de Cotos, cuando vimos de nuevo a los cineastas que estaban saliendo del todoterreno. Al pasar junto a ellos, pude oír apenas que un hombre hablaba en inglés con otro. Su acento revelaba que era español. Cuatro mujeres bajaban del BMW, aparcado junto al todoterreno. Llevaban ropa de verano y sus blusas ajustadas dejaban adivinar sus encantos. No tendrían más de 30 años. Otros dos hombres hablaban animadamente con ellas. Supuse que iban a rodar alguna secuencia de la película por los alrededores y me pregunté qué tipo de cine estarían haciendo.

Cruzamos la carretera y empezamos a caminar buscando el sendero que no conseguíamos encontrar. Al cabo de unos minutos JS gritó “Es por aquí, se ve apenas la marca roja y blanca en ese pino”. Ya seguros, comenzamos a subir y a bajar por entre la sombra de los pinos y cruzamos un ancho arroyo cuyo nombre no recuerdo. De vez en cuando oímos al pájaro carpintero. Las flores amarillas de las retamas se mezclaban con las blancas de los brezos y, de pronto, una suave ráfaga de viento nos envolvió en una nube amarilla de polen que se desprendía de los pinos. Chicho se tapó la nariz con un pañuelo, temeroso de que aquel polvillo empeorara los síntomas de su alergia al polen. Sin embargo su miedo se diluyó pronto, como un azucarillo en el café caliente, cuando comprobó que no le afectaba en absoluto.

A eso de las 13.00 nos detuvimos a descansar y reponer fuerzas con los frutos secos y la bota de Paco. Nos sentamos junto a otro arroyo. Luego de un cuarto de hora continuamos la marcha. Llegamos a un collado llamado la silla de Garcisancho desde donde se podía contemplar la Bola del Mundo y la Cuerda Larga a la derecha y Peñalara, todavía con nieve, a la izquierda. Nos separamos en dos grupos; Paco, JP y Chicho subieron hacia la derecha y se demoraron contemplando las vistas, y los demás seguimos, bajando por el camino forestal donde empezaban a aparecer robles, abedules y arces junto a los pinos. Llegamos a una encrucijada y esperamos a los otros. Cuando llegaron, tomamos la RV-5. La temperatura subía a medida que los robles aumentaban. A lo lejos vimos el todoterreno y el BMW negro aparcados en el camino forestal. Como impulsados por un resorte aumentamos el paso hasta que llegamos junto a los coches. No había nadie allí.

JP propuso detenernos para comer y nos adentramos en la espesura para buscar un buen lugar para hacerlo. En eso oímos risas y voces. Darky levantó las orejas y JG lo acariciaba para que estuviera quieto. Nos dirigimos hacia el lugar desde donde provenían las risas. Como si estuviéramos acechando a un animal que íbamos a cazar, nos acercamos en silencio y procurando que nuestras pisadas no se oyeran. De pronto, vimos entre los árboles al cameraman que miraba por el objetivo, y a un hombre que sostenía una pértiga en cuyo extremo había un micrófono. No podíamos distinguir lo que estaban rodando bajo los arbustos. Nos acercamos subrepticiamente un poco más hasta que pudimos ver la escena.

Todavía no he podido borrar de mi mente aquellas imágenes ni los gemidos que emitía el grupo. Las cuatro mujeres y dos hombres estaban desnudos, y yacían tumbados en la hierba en un revoltijo de cuerpos y miembros tal que resultaba difícil distinguir a quién pertenecían.

De súbito, el hombre que sostenía el micro nos descubrió escondidos detrás de los árboles. Pararon el rodaje y los “artistas” se cubrieron los cuerpos desnudos. Nosotros fingimos que no nos habíamos percatado de lo que estaban filmando, y nos acercamos deseándoles los buenos días. Les contamos que estábamos buscando un sitio para comer y ellos nos invitaron a sentarnos y a compartir su comida. Nuestra primera reacción fue decir que no, pero fueron tan insistentes que no pudimos negarnos. Nos sentamos, pues, en una pradera junto al lugar del rodaje y mientras los “actores” y “actrices” se ajustaban las batas de seda (pensé que debajo no llevaban otra ropa), el cameraman y el técnico de sonido se perdieron un instante. Mientras tratábamos de entablar una conversación normal, lo que no resultaba fácil porque no hablaban español, regresaron los técnicos trayendo unas bolsas y una nevera portátil. Empezaron a sacar comida y bebidas: tortillas, pollo asado, mariscos, y cervezas y vino de Rioja y una botella de cava. Nosotros sacamos también nuestra modesta comida y la bota de vino y empezamos a comer, compartiéndolo todo (bueno, no necesito explicar que me refiero sólo a la comida y bebida). Los técnicos hablaban español, ambos eran madrileños. El cameraman nos dijo que rodaban una película porno, como ya habíamos notado, y se interesó por nuestras excursiones por la sierra. Las chicas sonreían y no paraban de comer y beber sin decir palabra. Natalia, una rubia teñida, no parecía percatarse de que su bata estaba demasiado abierta y de que nuestras miradas iban de un lado a otro, tratando de disimular el rubor que nos producía ver cómo entreabría sus piernas.

Cuando estábamos brindando con cava por el éxito de la película y de nuestra excursión, el cameraman, que parecía ser el que dirigía aquel tinglado, nos dijo sin rodeos que tenía en mente un guión en el que los protagonistas eran excursionistas prejubilados que ligaban con cuatro jóvenes en la sierra. “¿Os dais cuenta de lo excitante y morboso que resultaría?”, dijo. Lo demás no fue necesario que nos lo explicara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y cuando caminábamos de regreso al monasterio de El Paular, el calor, el olor a vaca y el rumor del agua del Palero me devolvió a la realidad.

Madrid, 10 de junio de 2004


387-Cercedilla

ADOLESCENTES. Por Manuel Navarro Seva

A las 11.37 el tren salió de la estación de Cercedilla. Habíamos dejado dos coches en el aparcamiento de Las Dehesas, meta de nuestra marcha, y otro en la estación. Sacamos billetes de ida hasta el puerto de Navacerrada, y la imagen de los príncipes, impresa en ellos, nos recordó la reciente boda.

A medida que el tren serpenteaba chirriando por las vías, las voces y el trajín de los jóvenes quinceañeros, que ocupaban el vagón, presagiaba que el día no iba a ser tan tranquilo como había sido en otras marchas. Los dos profesores que acompañaban al grupo apenas podían disimular su desazón y trataban de que los jóvenes se comportaran como personas dentro del tren. Pudimos saber que eran estudiantes de un colegio de Madrid pero no, si se dirigían a Cotos o a Navacerrada. 

Cuando el tren se detuvo en la estación del puerto de Navacerrada, nos apeamos junto a la nube de adolescentes, que luchaban por bajar los primeros. Allí nos separamos de ellos y comenzamos a ascender en busca del camino Schmidt, cuando eran las 12.05. Sin embargo, al cabo de aproximadamente una hora, mientras hacíamos un descanso, comenzamos a oír voces y pronto aparecieron los jóvenes de nuevo, caminando en la misma dirección que llevábamos nosotros. 

Apenas habían pasado los últimos cuando retomamos nuestra marcha y más tarde, ya en el collado Ventoso, nos encontramos de nuevo con el grupo de estudiantes, que se refugiaban de la lluvia bajo los pinos.

Al vernos aparecer, uno de los profesores se dirigió a nosotros.
—Buenos días, Uds. parecen conocer la montaña y nosotros tenemos un problema. Nos faltan dos estudiantes, un chico y una chica. No sé cómo ha podido ocurrir porque yo voy cerrando el grupo y mi compañero va delante, abriéndolo. Al llegar al collado hemos hecho el recuento y nos faltan dos.  Aquí no tienen cobertura los móviles y no hemos podido establecer contacto con ellos.

Mientras los jóvenes tomaban sus bocadillos ajenos, al parecer, al problema, el otro profesor se acercó a nosotros.
—Estoy seguro —dijo— de que delante de mí no ha pasado ninguno.
        
Nos colocamos debajo de un gran pino (la lluvia seguía cayendo fina pero persistente) y JP desplegó el mapa mostrando el camino que nosotros habíamos seguido y que, según afirmaron los profesores, era exactamente el mismo que había recorrido el grupo. Decidimos ayudarles y Pablo, Paco, JP y JL se ofrecieron a volver con uno de los profesores. JS, JG, Chicho y yo nos quedaríamos con el otro profesor y con el resto del grupo de estudiantes. Pero, ¿cómo ponernos en contacto sin teléfono? Tendríamos que esperar la vuelta del grupo de búsqueda, tanto si conseguía encontrarlos como si no. De manera que decidimos que lo mejor era volver todos sobre nuestros pasos.

         Eran cerca de las dos de la tarde cuando comenzamos la búsqueda. Los estudiantes gritaban los nombres de los perdidos, Felipe y Leticia (con c), y reían como si de un juego se tratara, mientras buscábamos por los alrededores del camino. Ninguna respuesta. Un grupo de chicas iba hablando animadamente con Paco, que les contaba no sé qué.

         Había pasado una media hora cuando nos cruzamos con tres excursionistas que venían de Navacerrada. No habían visto a nadie desde su salida del puerto. Continuaron su camino y nosotros el nuestro.

         A eso de las cuatro llegamos al puerto de Navacerrada sin haber encontrado ni rastro de Felipe y Leticia. Los móviles ya podían usarse y un profesor hizo una llamada. Al otro lado de la línea, Felipe contestó.
—¡Están en Cercedilla, en la estación!. Han perdido el tren de las 11.37 después de apearse para comprar un refresco —dijo el profesor, dejando caer los brazos a lo largo de su cuerpo.

Madrid, 27 de mayo de 2004     

024-033-Tamajón-Monasterio de Bonaval

Vaya marcha... Por Jesús Sánchez

El miércoles 19, como otros muchos, salimos de marcha. Esta vez nos dirigimos a Tamajón y después de varias correrías por las cuevas, abrigos, y la pequeña “Ciudad Encantada” que hay por los alrededores de la ermita de Los Enebrales, cerca del arroyo de las Damas, nos fuimos a comer junto al Jarama, a orillas de las románticas ruinas del Monasterio Cisterciense de Bonabal. Luego, tras un pequeño descanso decidimos recorrer la bonita hoz por donde este río discurre poco después del monasterio, aún sin haber entrado en Madrid. Estaba ensimismado contemplando los quejigos y los arces de Montpellier en pleno esplendor primaveral, cuando sonó mi teléfono portátil. En la pantalla aparecía el nombre y el número de teléfono de mi hijo.
  • Hola Yago, qué pasa...
  • No, nada por mi parte, pero es que te han intentado localizar durante toda la mañana, y como no estabas en casa me han localizado a mi y..
  • Pero quien, para qué.
  • No te alarmes. Es de la Casa Real, que quieren ponerse en contacto contigo por algo relacionado con la boda...
  • ¿Quéeeeeee? ¿Conmigo?
  • Si, a mí también me ha extrañado pero me han dicho que no se trata de ningún error. Me han dejado un número de teléfono y el encargo de decirte que nada más regresar a Madrid te pongas en contacto con ellos. Así es que no te entretengas mucho.
Nada más llegar a casa, sin ducharme aún, llamé al teléfono anotado por mi hijo y después de darme a conocer y decirles mi gran extrañeza por su llamada, me dicen esto:
  • Mire señor, necesitamos de una persona seria, popularmente desconocida, no vinculada con la familia real ni la nobleza, para realizar una pequeña tarea después de la boda de Su alteza El Príncipe y Doña Leticia. Para no herir susceptibilidades entre tanto posible voluntatio, hemos pedido al Ministerio de Trabajo que nos selecciones entre los jubilados unas cuantas personas que tengan en su historial laboral el mayor número de años de trabajo de nuestro país. Usted es, de los madrileños, el más sobresaliente en este aspecto, ya que empezó a trabajar cuando tenía 11 años y nunca lo dejó hasta su jubilación. 54 años en total.
  • Como posiblemente sabrá, acostumbramos a una total discreción sobre todo lo relacionado con la boda. Sólo podemos anticiparle que se trata de una tarea muy sencilla, que usted puede realizar perfectamente y como no tenemos plena seguridad de si será o no necesario llevarla a cabo, si usted acepta, y hay que hacerla, nada más celebrarse el enlace le telefonearíamos para darle el resto de instrucciones.
Esta conversación no sólo no me aclaraba mis interrogantes, sino que me introducía otros nuevos. Pensé rápidamente y me acordé de mi nieto – algo más que contarle – Así es que acepté. Tuve que dar mi palabra de guardar absoluto secreto, por lo que a duras penas pude apaciguar la curiosidad de mi hijo sin faltar a ella.
El sábado 22, como es obvio, estuve pegado al televisor desde que comenzó la retransmisión del evento. Mi curiosidad había aumentado desde el miércoles pues quería encontrar algún indicio sobre mi posible misión. Así es que no me perdí detalle. Pero confieso que no pude deducir la menor pista, aunque me desazonó un hecho fortuito, provocado posiblemente por la lluvia, truenos y relámpagos que hubo durante la ceremonia. Fue un corte de luz en mi barrio durante quince minutos, lo que provocó un unánime grito femenino escuchado por patios, ventanas y balcones. Me llamaron la atención algunas cosas protocolarias como el hecho de que cada caballero fuera acompañado de su esposa, pero en cambio los monarcas y Jeques árabes no – quizás la catedral, en caso contrario, hubiera resultado pequeña - También encontré empalagoso el almibarado tono de alguna experta comentarista – una llegó a decir que la comitiva real llegaba a la plaza de Callado –
Precisamente en este tramo del trayecto hacia la Basílica de Atocha se encontraban los Príncipes de Asturias, cuando el teléfono de casa sonó. Descolgué y escuché la misma voz de la persona con quien hable en miércoles.
- Señor: le comunicamos que la tarea que le propusimos ha de realizarse. Así es que debe dirigirse lo antes posible al convento de Santa Clara y exigir a las monjas que le devuelvan los huevos que les llevaron de parte de la Casa Real.


349-Cañón de la Risca

EL CAÑÓN DE LA RISCA por Miguel Cuevas

Excursión del 28/04/04. Estaba programada para ir al Cañón de la Risca, del río Moros, partiendo del pueblo de Valdeprados (Segovia). Fuimos JS, JP, Pablo, Chicho y yo: Cris, en Lanzarote; JG descansa, JL no venía por el mal tiempo (lluvioso, montañero de goma) y Manolo estaba en un curso.

El día amenazaba lluvia: de hecho nos llovió según íbamos hasta el punto de encuentro. Barajamos la posibilidad de ir a otros sitios, pero al fin, decidimos arriesgarnos y ver qué ocurría.
Al Pasar el túnel de Guadarrama, el tiempo estaba neblinoso:¡con tal de que no llueva!. LLegamos al pueblo de Valdeprados, pequeño y muy solitario. Aquí, en una finca con su torreón, vive el escultor de las puertas de la catedral de La Almudena de Madrid, su casa es un museo, pero privado , no se pude entrar a verlo
Iniciamos la marcha y se nos pegó un perrito que nos fue mostrando el camino hasta comenzar el descenso del río Moros por su margen derecha. En seguida nos encontramos en el cañón de la Risca: tajo impresionante, de unos trescientos metros de longitud y unos cuarenta de altura. El río serpentea formando pozas y escalones que braman debido al encajonamiento del sonido. Poco después llegamos a un molino derruido, pero que conservaba una vivienda (cocina, despensa, dormitorio, sobrao, caballerizas, huertas, ...) formando parte integrante del mismo. Tuvo que ser un lugar próspero. A unos 100 m estaba la aldehuela de Guijasalbas (= piedras blancas) con su cementerio, iglesia, escuela, casa, todo tortalmente abandonado.
Cruzamos por el puente al otro lado del río y en una loma, recortando sus figuras entre encinas, aparecieron, así como a treinta metros, dos grandes buitres que nos explicaron la historia de la aldehuela: era una finca particular y las personas que trabajaban en ella vivían también allí y, por tanto, tenían las ventajas de un pueblo, escuela, cementerio, iglesia, ... Ahora la finca está vendida a una Universidad norteamericana que quiere hacer una privada en ese lugar, reconstruyendo el molino y la iglesia. Nos quedamos atónitos, no sólo por el proyecto (que ya de por sí manda huevos) sino porque los buitres nos hablaran de esa forma tan desenvuelta y desenfadada. Remontaron el vuelo y se alejaron con su vuelo majestuoso.
Volvimos otra vez a los paredones de la Risca, ahora vistos desde la otra margen: esta vista es impresionante. Comimos escuchando el bramar del río: JS con sus rodapiés, su lomo y su café con leche, Paco con su bota y su chorizo, JP con su ensalada, Pablo con su jamón y Chicho con su queso y su lomo.
Regresamos hasta el puente de cemento y allí vi las dos orejas del perrito que nos acompañó al principio. Estaba recostado en el suelo y cuando pasamos a su altura nos guiñó un ojo y nos preguntó si lo habíamos pasado bien. Esto ya se pasaba de la raya. Muertos de miedo echamos a correr hasta el pueblo y nos refugiamops en el coche de Pablo no fuera a ser que el gato rabón de color pajizo que nos esperaba al lado del coche, nos dijera alguna cosa para mayor espanto nuestro.
Miguel Cuevas

Bustarviejo-Comida en Miraflores

MIRAFLORES. Por Manuel Navarro Seva

Desde que comenzaron la excursión en Bustarviejo, por el GR-10, no dejaron de pensar en la comida que había prometido Chicho para celebrar su santo y su paso a la jubilación. Hacía un día frío y una espesa niebla cubría las cumbres. Una lluvia fina, que pronto se convirtió en pequeños copos de nieve, les acompañó durante el trayecto. A mitad de camino, decidieron subir a un collado, campo a través, para hacerse merecedores de la tan esperada comida, ya que, si no, la excursión no hubiera sido propia de excursionistas curtidos y fuertes como ellos se consideraban, no sin razón. A eso de las 15.30, tras subir la última empinada cuesta, llegaron a la casa de Chicho.

Mientras se calentaban la empanada y los conejos estofados en el horno, empezaron a comer las tortillas que, como ya es habitual, trajo JG, “los rodapiés” de JS, y unas cervezas que estaban frías a pesar de que no habían sido guardadas en el frigorífico. Estaban sentados a la mesa cuando llamaron al timbre de la puerta. Chicho, que estaba más pendiente de los alimentos que se calentaban en el horno que de las tortillas y las cervezas, fue a abrir. Al poco regresó con tres mujeres que llevaban un vestido largo de color gris y un pañuelo negro en la cabeza. Las tres mujeres saludaron inclinando la cabeza y diciendo buenas tardes con acento extranjero. Una de ellas les explicó en un español aceptable lo que ya había contado a Chicho en la puerta. Necesitaban entrar y esconderse, estaban en peligro. Pasaron a la cocina con Chicho. Los demás se quedaron en el salón. Todos pensaron en los grupos islámicos y en la posibilidad de que las “invitadas” pertenecieran a alguno de estos grupos. Se preguntaron si debajo de los vestidos, muy anchos, llevarían armas o explosivos, pero hasta el momento no se habían mostrado violentas ni amenazadoras. Al poco regresó Chicho al salón dejando a las mujeres en la cocina. Les dijo a los demás que querían comer y que le habían pedido quedarse a solas. No hubo amenazas, repito, y sin embargo todos actuaban como si pedir más explicaciones a las intrusas pudiera acarrear una amenaza para el grupo. Así, pues, permanecieron todos sentados a la mesa, terminando las tortillas y las cervezas, sin decir una palabra.

Habría pasado una media hora cuando las mujeres salieron de la cocina con lo que había quedado de comida. Sirvieron la mesa diciendo que tanto el conejo como la empanada estaban buenísimos y que ellas se ocuparían de servirles. Se miraron con caras de asombro y un cierto desasosiego les tenía mudos por la marcha de los acontecimientos. La idea de que se tratara de terroristas islámicas no había desaparecido de sus pensamientos pero, sin embargo, empezó a invadirles la esperanza de que no fuera más que hambre lo que las había llevado a la casa y que lo de que estuviesen en peligro no fuera más que una excusa para que las dejaran pasar. Un cierto morbo de carácter sexual empezó a tomar forma en sus mentes a medida que las botellas de Rioja iban vaciándose. Empezaron a hablar y a sonreír algo más tranquilos. Ellas se habían despojado del pañuelo descubriendo su juventud y hermosura. No tenían los ojos negros sino azules, sus melenas no eran tampoco de pelo negro, sino de tonos claros. La idea de una amenaza terrorista empezó a evaporarse de sus mentes. Pero entonces, ¿qué querían? Las fuentes se vaciaron y las botellas de vino también. Y las tres mujeres retiraron los platos de la mesa y prepararon café. Trajeron de la cocina una botella de orujo que había traído JL y sirvieron unos chupitos.

JP abrió el libro del club de la comedia y leyó mientras los demás reían, sin acordarse ya de la amenaza terrorista. Las tres mujeres, que habían subido al primer piso, bajaron al poco sin los vestidos grises. Llevaban pantalones ajustados y camisas que dejaban intuir sus jóvenes pechos. Se sentaron a la mesa y sirvieron, entre risas, más orujo. De súbito, el timbre de la puerta sonó. Debido a las risas y al alcohol, que empezó a rendir cuentas, no lo oyeron. El timbre siguió sonando y una de las mujeres se tapó la cara con las manos, entre sollozos. En ese momento, Chicho se levantó y pidió que le acompañara alguien a ver quién llamaba a la puerta. Cris, el más alto, se levantó también y Pablo. Fueron los tres a abrir mientras que los demás permanecieron sentados y en silencio, y las mujeres corrieron hacia los dormitorios del primer piso. Al cabo de unos minutos, los tres volvieron con un hombre que les apuntaba con una pistola. Las mujeres bajaron y el hombre les pidió a los excursionistas que entregaran todo lo que llevaban de valor. Así lo hicieron, sin oponer resistencia alguna, mientras ellas iban recogiendo los relojes, las carteras, los anillos, los teléfonos móviles… Después, mientras el hombre continuaba apuntando con su pistola, ellas recogieron lo que había de valor en la casa. Al cabo se marcharon dejando los pañuelos negros y los vestidos grises y quién sabe que más en las mentes de nuestros amigos, en la casa de Chicho, en Miraflores.

Madrid, 26 de marzo de 2004

104-Peña la Cabra

EL CLUB DE LOS MARCHOSOS. Por Manuel Navarro Seva

La Guardia Civil detuvo el pasado miércoles a un grupo de nueve hombres, todos prejubilados o jubilados, y a un perro en la sierra madrileña, en las inmediaciones de Peñalacabra (1.834 metros de altitud). Desde hace meses, la Benemérita, en estrecho contacto con la policía nacional, estaba tras la pista de este peligroso grupo que se hace llamar a sí mismo “el club de los marchosos”. En el momento de la detención, que tuvo lugar sin resistencia alguna, las nueve personas y el perro estaban comiendo en una pradera muy cerca del ya mencionado cerro. Compartían toda clase de alimentos y uno de los miembros del club repartía café con leche cuando se acercaron los guardias. No llevaban armas de fuego. Lo único que resultó sospechoso fue un libro de viajes de Egipto y algunos recortes de prensa poniendo a parir al gobierno. Los agentes se incautaron de los teléfonos móviles, de las navajas suizas y de los bastones que usaban para apoyarse al caminar ya que sus puntas afiladas podrían haber sido usadas como armas mortales. Tras ser esposados se les hizo subir a un helicóptero sin más explicaciones. El perro tuvo que ser sedado pues empezó a ladrar inquieto en el momento de colocar las esposas a su dueño.

Fueron conducidos a la Dirección General de Seguridad; se les pasó a una amplia sala donde debían esperar junto a otro grupo de personas sospechosas. Era una sala rectangular de unos cuarenta metros cuadrados. En el centro había una mesa, también rectangular, y seis sillas. Junto a las paredes, seis butacas. Los retratos del rey y del presidente del gobierno colgaban de la pared situada al norte. El perro había despertado y estaba tendido junto a su dueño. Dos policías de uniforme permanecían de pie junto a la puerta de la sala. Los miembros del club se miraban sin entender lo que estaba ocurriendo y preguntaron a las personas del otro grupo, también prejubilados, sin obtener ninguna aclaración. Paco se dirigió a los policías y les pidió una explicación; los demás dirigieron la mirada hacia los funcionarios esperando una respuesta que no llegaba. Al cabo de unos minutos, uno de los guardias dijo que estuvieran tranquilos que enseguida vendría la autoridad competente. JG acariciaba a Darky para que estuviera quieto. Pablo tuvo que pedir algo de comer y los demás permanecieron en silencio.

Al cabo, entró una persona sin uniforme y se sentó en una silla a la mesa. Fue nombrando a cada uno para confirmar sus datos personales y preguntó si alguien quería hacer una llamada a su familia. Todos llamaron tratando de minimizar su desasosiego pero sin poder explicar su situación. Más tarde, les hicieron salir de uno en uno para ser interrogados en una pequeña habitación. JS pidió la presencia de un abogado y se le dijo que lo tendría pero que ahora sólo tenía que contestar a unas preguntas de rutina y que debía colaborar. A medida que eran interrogados les fueron pasando a otra sala donde, sobre una mesa, había dos termos, uno con café y otro con leche, y tazas, cucharillas y un azucarero. Preocupados, intercambiaron la información sobre las preguntas que les habían hecho.
-¿Ha estado alguna vez en Iraq?
-¿Conoce el paradero de las armas de destrucción masiva?
-¿Sabe qué le ha pasado a Sadam Huseim después de su captura?
-¿Tienen alguna cuenta bancaria en Suiza?
Las respuestas fueron negativas, excepto Cris que afirmó tener una cuenta en un banco suizo, donde le ingresan su pensión.
Acabado el interrogatorio, fueron puestos en libertad bajo palabra de no abandonar el país hasta nuevo aviso.

Al día siguiente, JP llevó en su coche a JG, a Manolo y a Paco hasta el puerto de la Puebla para recoger sus coches. Durante el recorrido un coche de color blanco les siguió. La policía sigue interrogando a grupos de prejubilados de izquierdas y a destacadas personalidades del mundo de la cultura.

Madrid, 12 de febrero de 2004

122-Cabeza Antón

CABEZA ANTÓN. Por Manuel Navarro Seva

Cuando Ansar entró en el congreso de los Estados Unidos de América, no podía imaginar la conmoción que su intervención iba a causar en el medio centenar de congresistas y el resto de invitados que abarrotaban el hemiciclo de la cámara. Cada vez que Ansar terminaba una frase, los oyentes aplaudían y se levantaban en un gesto de aprobación que ni siquiera en su país habría soñado. Cuando el jefe del ejecutivo español dijo que Sadam había vulnerado la legalidad internacional de forma reiterada, justificando así la guerra, el auditorio se llenó de gritos y aplausos y los asistentes se abrazaban como si les hubiera tocado el gordo de la lotería de navidad. Un congresista no dejaba de manosear sin pudor a una señora que había a su lado y en el fragor de los aplausos la besaba apasionadamente. El vicepresidente de los EE. UU., con gesto grave, aplaudía a Ansar pero no dejaba de mirar a los que se besaban y su ojo derecho parpadeaba sin cesar. En un momento del discurso, Ansar defendió la libertad y la democracia y argumentó contra el terrorismo internacional y la ola de pornografía que invadían el mundo. Los asistentes vitorearon al líder español, y rezaron una oración en desagravio por la actitud de Janet Jackson. Algunos pidieron la teta de la cantante como castigo ejemplarizante.

El delirio se produjo cuando el presidente mencionó que quería una Europa fuerte pero que ello no significaba querer un contrapoder a los EE. UU. En ese momento, algunas congresistas gritaban sin control: “queremos un hijo tuyo, queremos un hijo tuyo” y los miembros de la mesa abrazaron a Ansar como hermanos, derramando lágrimas y gimiendo de satisfacción.

En España, la actuación del jefe del gobierno en el congreso de los EE. UU. ocupó las primeras páginas de la prensa. Un grupo de afines, liderado por la jerarquía eclesiástica, organizó una romería de acción de gracias a la Cabeza Antón, una cima de 1.396 metros de altitud, al norte de la aldea de El Atazar, donde se había colocado un busto en mármol del presidente Ansar y las banderas de España y de los EE. UU. , junto al cilindro del vértice geodésico.

A las 11.30 de una mañana soleada de febrero, la plaza del pueblo era un hervidero de gente. La espadaña de la pequeña iglesia del siglo XVII aparecía engalanada de banderitas y las campanas tocaban incesantemente. Enseguida apareció el arzobispo, subió al estrado montado para la ocasión y bendijo a los asistentes, que no paraban de llegar mientras otros habían ya comenzado la histórica marcha por una ancha pista de tierra que descendía por el frontón y por el cementerio. Durante el trayecto, guiados por expertos senderistas, la multitud no dejaba de cantar y aplaudir. Algunos paraban para descansar y tomar aliento, y los miembros de la seguridad se acercaban para ofrecerles agua y frutos secos. Las pancartas llevaban mayoritariamente las fotos de Ansar y de Bush, pero había también quien llevaba la de Rajoy y algunos, la de Carod y la de Ronaldo. La gente, a medida que llegaba al collado de la Cabeza Antón, tomaba posiciones junto a los afilados crestones de pizarra. Los miembros de la seguridad repartían bocadillos y agua mineral. De pronto, a eso de la 14.30, se oyó el ruido de un helicóptero que aterrizó en una pradera cercana; de su interior descendieron el arzobispo, el ministro de propaganda electoral, la presidenta de la Comunidad y Rajoy. Cada uno de ellos habló a los asistentes. El busto estaba cubierto con la bandera española y a sus lados ondeaban las banderas de España y de los EE. UU. Cuando terminó su alocución, el ministro descubrió el busto y el arzobispo lo bendijo con agua bendita, mientras la multitud aplaudía.

La presidenta de la Comunidad de Madrid ha propuesto a la Asamblea sustituir el nombre de Cabeza Antón por el de Cabeza Ansar por los siglos de los siglos. Amén.

Madrid, 6 de febrero de 2004