lunes, 18 de octubre de 2010

413-Molinos del Perales

MOLINOS DEL PERALES. Por Manuel Navarro Seva

El 16 de junio de 2004 nos dirigimos a Navalagamella para realizar la última marcha del curso. Esta vez, debido al calor, la propuesta era dar un paseo a orillas del río Perales, de unos 6 Km. ida y vuelta, y luego comer en un restaurante de la zona, el Tomillar, situado en la carretera de Valdemorillo a Navalagamella. Llegamos a la plaza del pueblo a eso de las 11.00 y ya estaban esperándonos allí Chicho, JG y JL, esta vez no venía Darky. Al llegar, nos sorprendió el despliegue que había en la plaza. Tres coches de la Guardia Civil estaban aparcados y varios números de la Benemérita caminaban deprisa hacia el ayuntamiento, con las ametralladoras en las manos apuntando al suelo. Un coche patrulla de la policía local llegó en ese momento. Dos policías municipales se apearon del coche y se dirigieron a saludar al sargento de la Guardia Civil que cruzaba el umbral de la puerta del consistorio. Nosotros nos detuvimos lo justo para saludar a nuestros compañeros y volver a subir a los coches. Paco quería preguntar qué ocurría pero tanto JS como JP y yo se lo quitamos de la cabeza no sin emplear nuestros mejores argumentos para no demorar más el inicio de la marcha.

Tomamos la carretera hacia Valdemorillo y nos preguntábamos qué estaba ocurriendo cuando llegamos al puente sobre el río Perales. Aparcamos en el arcén de la carretera. Dos guardias apostados junto al puente se acercaron a nosotros mientras cambiábamos de botas.
-Buenos días, documentación-pidió uno de los guardias mientras nos miraba displicente. El otro guardia echaba la vista sobre los coches mirando de reojo nuestros movimientos.
Pensé que habríamos aparcado mal y empezamos a entregarles el carné de identidad. Compararon las fotografías con nuestras caras y nos devolvieron los documentos.
-¿Qué vienen a hacer aquí?-preguntaron.
-Venimos de excursión-respondió JP con una mueca a modo de sonrisa. Paco, que no podía vivir de curiosidad, les preguntó a qué se debía la movida. Uno de los guardias dijo:
-No tienen nada que temer. Todo esto lo hacemos por su seguridad. Circulen.
Comenzamos la marcha por una pista de tierra, río arriba, hasta llegar a una casa rústica. Tomamos luego la senda más próxima a la orilla, a la derecha de la casa, y caminamos por una garganta granítica entre encinas, enebros, cornicabras y sabinas, hasta llegar al molino de Baltasar, del que sólo queda el torreón de piedra, o cubo, donde el agua se embalsaba y, al salir en chorro por una pequeña compuerta de la parte inferior, generaba la fuerza necesaria para mover la maquinaria. Siguiendo el largo caz, que conducía el agua del río hasta la boca del cubo, nos encontramos, a unos 20 minutos del inicio, con el molino Alto que conserva la singularidad de un precioso acueducto aéreo de ladrillo que salva la distancia entre el caz, el cual corre por la ladera, y el cubo, pegado al río. Avanzamos por el caz del molino Alto, labrado en la pura roca, y llegamos en otros 20 minutos a las inmediaciones de la tubería que comunica los embalses de Picadas y Valmayor. Unos minutos después nos sentamos a descansar en una pradera, orlada de fresnos copudos, en la que nace el Perales fruto de la unión de los arroyos de Conejeros y de Fuentevieja.

-Debemos llamar al restaurante para reservar-dijo JG comprobando que el móvil no tenía cobertura.
-¿Quién quiere cordero?-preguntó JL. En principio todos preferíamos cordero excepto JS.

A una hora aproximadamente del inicio, pudimos reconocer los pilotes y tajamares del puente por donde la Cañada Real Leonesa cruzaba el arroyo Conejeros y desde allí comenzamos la vuelta por la Cañada. JG volvió a mirar el móvil, aún sin cobertura. Cuando llevábamos una media hora andando, nos percatamos de que el camino conducía al pueblo y tuvimos que adentrarnos en la arboleda, hacia el este y cruzar campo a través hasta encontrar el arroyo por cuya margen caminamos otra media hora y llegamos hasta la casa rural donde habíamos empezado la marcha.

Nos dirigimos en los coches al restaurante. Parecía cerrado. Sin embargo, la puerta de hierro forjado cedió chirriando a un ligero empujón de JP y la abrimos para meter los coches. Tocamos a la puerta de una casa grande con porche. Macetas de geranios y rosas lo adornaban. Cuatro mesas metálicas y sillas de plástico blanco se hallaban desiertas. Estaban limpias. Nadie respondía a nuestra llamada. A la derecha de la puerta de entrada había un timbre eléctrico de plástico roñoso. JS pulsó el timbre. Al cabo, salió una señora de unos 80 años.
-¿Qué se les ofrece?-dijo con voz chillona. El vestido negro que cubría su cuerpo delgado era tan viejo como ella. Su mano izquierda deformada por la artritis se agarraba a la puerta entreabierta como queriendo impedir el paso.
-Queremos comer. ¿Tienen ustedes cordero?-Preguntó JL. Los demás nos miramos sin decir palabra, moviendo la cabeza para indicar los coches.
-El restaurante sólo abre los fines de semana-nos dijo la vieja.
-¿Nos puede servir unas cervezas en las mesas del porche?- interrogó Chicho.
Antes de que la señora dijera algo, dos individuos empujaron a la mujer, abrieron la puerta y nos invitaron a entrar a punta de pistola. Se expresaban en español pero tenían aspecto de árabes.
-Perdonen pero nosotros ya nos íbamos-dije yo.
-Ustedes entran y se quedan calladitos. Pasen al salón y tomen asiento en las sillas del comedor. No se inquieten pero deben saber que nos busca la policía. Señora sírvales unas cervezas.

Miré el móvil y tenía cobertura. Uno de los árabes me puso la pistola en la sien y me arrebató el teléfono. Pidió a los demás que entregaran el suyo. Nos ordenó que nos levantáramos y nos cachearon. Cuando se aseguraron de que no llevábamos armas ni teléfonos nos dejaron tomar las cervezas. Ellos se sentaron en una mesa de un rincón del salón sin quitarnos la vista de encima. La mujer de negro había desaparecido. Al cabo vino de la cocina con unos huevos con patatas fritas y los depositó en la mesa de nuestros secuestradores. Uno de ellos exigió a la mujer que hiciera huevos fritos para nosotros también.

Cuando estábamos comiéndonos los huevos, el timbre de la puerta zumbó. Los secuestradores se levantaron de su mesa y uno cogió a la mujer del brazo y la amenazó con la pistola, susurrándole algo al oído. El otro vino hasta nosotros e hizo lo mismo diciéndonos que no hiciéramos ruido acercándose el índice extendido la boca. El timbre volvió a sonar. Todos permanecimos en silencio. Una mosca se acercó revoloteando y se posó en mi mano. Apenas la moví para que me dejara en paz. Me preguntaba si sería la policía y si podríamos salir del restaurante con vida. En un instante pasaron por mi mente montones de pensamientos que se agolpaban en desorden. Notaba cómo el pulso latía en mis sienes y me pregunté si no me habría subido la presión arterial. Al cabo, el timbre dejó de sonar, un coche arrancó y el ronquido del motor se alejó de inmediato. Miré el reloj. Eran las 16.05. Uno de los árabes nos pidió un cigarro. Yo se lo ofrecí. Lo encendió y tras echar una bocanada de humo me dijo que quería dejarlo. Entonces, se sentó a mi lado fumando despacio y me dijo:
-Hace 10 años que vivimos en España, sin papeles, trapicheando con la droga. Pequeñas cantidades, no vaya usted a creer, hachís y esas mierdas, se saca pasta para poder vivir y nada más. Desde los atentados del 11-M vamos de culo. Nos tienen acorralados, asechados, puteados. Sólo queremos encontrar un trabajo y vivir en paz…
-¿cuándo nos vais a soltar?- le pregunté. Él me miró serio y no contestó a mi pregunta. Pasada una media hora, nos dijeron que les teníamos que llevar a Madrid en nuestros coches. No tuvimos más remedio que obedecer. Pagaron la cuenta, incluidas nuestras cervezas y la comida. Uno de ellos se subió al coche de JL y el otro al de JP. Cuando llegamos al barrio de la Estrella nuestro invitado se despidió de nosotros con un fuerte apretón de manos y nos pidió perdón por las molestias. A las 18.00 encendí el televisor para ver el partido de España contra Grecia.
Madrid, 17 de junio de 2004.

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