lunes, 18 de octubre de 2010

389-Camino del Palero

CAMINO DEL PALERO. Por Manuel Navarro Seva

Llegamos al monasterio de El Paular a las 11.15. Buscamos el aparcamiento de la zona recreativa de Las Presillas y, al entrar, un guarda nos pidió 4 euros por aparcar el coche. Nos pareció que no merecía la pena gastar ese dinero habiendo como había sitio en el exterior. Luego de dar la vuelta, rodeando la caseta del guarda para salir, nos encontramos con Chicho que venía en el coche de JG. Enfrente de la entrada del aparcamiento había un todoterreno parado en la calzada, ocupando un carril, delante de la señal triangular de emergencia. Un hombre estaba mirando a través del objetivo de una cámara de cine, y otros 3 o 4 más merodeaban alrededor de otro coche, un BMW de color negro, aparcado unos 20 metros detrás del todoterreno. Hablaban entre ellos pero no pudimos oír lo que se decían. “Estarán grabando el paisaje”, pensé. Aparcamos el coche de JG a la sombra de unos robles, junto a la carretera. Nos metimos los cinco: Paco, JP, JS, Chicho y yo en el coche de Paco y en un cuarto de hora llegamos a Cotos, donde nos esperaba JG con Darky.

Caminábamos hacia la salida del aparcamiento de Cotos, cuando vimos de nuevo a los cineastas que estaban saliendo del todoterreno. Al pasar junto a ellos, pude oír apenas que un hombre hablaba en inglés con otro. Su acento revelaba que era español. Cuatro mujeres bajaban del BMW, aparcado junto al todoterreno. Llevaban ropa de verano y sus blusas ajustadas dejaban adivinar sus encantos. No tendrían más de 30 años. Otros dos hombres hablaban animadamente con ellas. Supuse que iban a rodar alguna secuencia de la película por los alrededores y me pregunté qué tipo de cine estarían haciendo.

Cruzamos la carretera y empezamos a caminar buscando el sendero que no conseguíamos encontrar. Al cabo de unos minutos JS gritó “Es por aquí, se ve apenas la marca roja y blanca en ese pino”. Ya seguros, comenzamos a subir y a bajar por entre la sombra de los pinos y cruzamos un ancho arroyo cuyo nombre no recuerdo. De vez en cuando oímos al pájaro carpintero. Las flores amarillas de las retamas se mezclaban con las blancas de los brezos y, de pronto, una suave ráfaga de viento nos envolvió en una nube amarilla de polen que se desprendía de los pinos. Chicho se tapó la nariz con un pañuelo, temeroso de que aquel polvillo empeorara los síntomas de su alergia al polen. Sin embargo su miedo se diluyó pronto, como un azucarillo en el café caliente, cuando comprobó que no le afectaba en absoluto.

A eso de las 13.00 nos detuvimos a descansar y reponer fuerzas con los frutos secos y la bota de Paco. Nos sentamos junto a otro arroyo. Luego de un cuarto de hora continuamos la marcha. Llegamos a un collado llamado la silla de Garcisancho desde donde se podía contemplar la Bola del Mundo y la Cuerda Larga a la derecha y Peñalara, todavía con nieve, a la izquierda. Nos separamos en dos grupos; Paco, JP y Chicho subieron hacia la derecha y se demoraron contemplando las vistas, y los demás seguimos, bajando por el camino forestal donde empezaban a aparecer robles, abedules y arces junto a los pinos. Llegamos a una encrucijada y esperamos a los otros. Cuando llegaron, tomamos la RV-5. La temperatura subía a medida que los robles aumentaban. A lo lejos vimos el todoterreno y el BMW negro aparcados en el camino forestal. Como impulsados por un resorte aumentamos el paso hasta que llegamos junto a los coches. No había nadie allí.

JP propuso detenernos para comer y nos adentramos en la espesura para buscar un buen lugar para hacerlo. En eso oímos risas y voces. Darky levantó las orejas y JG lo acariciaba para que estuviera quieto. Nos dirigimos hacia el lugar desde donde provenían las risas. Como si estuviéramos acechando a un animal que íbamos a cazar, nos acercamos en silencio y procurando que nuestras pisadas no se oyeran. De pronto, vimos entre los árboles al cameraman que miraba por el objetivo, y a un hombre que sostenía una pértiga en cuyo extremo había un micrófono. No podíamos distinguir lo que estaban rodando bajo los arbustos. Nos acercamos subrepticiamente un poco más hasta que pudimos ver la escena.

Todavía no he podido borrar de mi mente aquellas imágenes ni los gemidos que emitía el grupo. Las cuatro mujeres y dos hombres estaban desnudos, y yacían tumbados en la hierba en un revoltijo de cuerpos y miembros tal que resultaba difícil distinguir a quién pertenecían.

De súbito, el hombre que sostenía el micro nos descubrió escondidos detrás de los árboles. Pararon el rodaje y los “artistas” se cubrieron los cuerpos desnudos. Nosotros fingimos que no nos habíamos percatado de lo que estaban filmando, y nos acercamos deseándoles los buenos días. Les contamos que estábamos buscando un sitio para comer y ellos nos invitaron a sentarnos y a compartir su comida. Nuestra primera reacción fue decir que no, pero fueron tan insistentes que no pudimos negarnos. Nos sentamos, pues, en una pradera junto al lugar del rodaje y mientras los “actores” y “actrices” se ajustaban las batas de seda (pensé que debajo no llevaban otra ropa), el cameraman y el técnico de sonido se perdieron un instante. Mientras tratábamos de entablar una conversación normal, lo que no resultaba fácil porque no hablaban español, regresaron los técnicos trayendo unas bolsas y una nevera portátil. Empezaron a sacar comida y bebidas: tortillas, pollo asado, mariscos, y cervezas y vino de Rioja y una botella de cava. Nosotros sacamos también nuestra modesta comida y la bota de vino y empezamos a comer, compartiéndolo todo (bueno, no necesito explicar que me refiero sólo a la comida y bebida). Los técnicos hablaban español, ambos eran madrileños. El cameraman nos dijo que rodaban una película porno, como ya habíamos notado, y se interesó por nuestras excursiones por la sierra. Las chicas sonreían y no paraban de comer y beber sin decir palabra. Natalia, una rubia teñida, no parecía percatarse de que su bata estaba demasiado abierta y de que nuestras miradas iban de un lado a otro, tratando de disimular el rubor que nos producía ver cómo entreabría sus piernas.

Cuando estábamos brindando con cava por el éxito de la película y de nuestra excursión, el cameraman, que parecía ser el que dirigía aquel tinglado, nos dijo sin rodeos que tenía en mente un guión en el que los protagonistas eran excursionistas prejubilados que ligaban con cuatro jóvenes en la sierra. “¿Os dais cuenta de lo excitante y morboso que resultaría?”, dijo. Lo demás no fue necesario que nos lo explicara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y cuando caminábamos de regreso al monasterio de El Paular, el calor, el olor a vaca y el rumor del agua del Palero me devolvió a la realidad.

Madrid, 10 de junio de 2004


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