lunes, 18 de octubre de 2010

387-Cercedilla

ADOLESCENTES. Por Manuel Navarro Seva

A las 11.37 el tren salió de la estación de Cercedilla. Habíamos dejado dos coches en el aparcamiento de Las Dehesas, meta de nuestra marcha, y otro en la estación. Sacamos billetes de ida hasta el puerto de Navacerrada, y la imagen de los príncipes, impresa en ellos, nos recordó la reciente boda.

A medida que el tren serpenteaba chirriando por las vías, las voces y el trajín de los jóvenes quinceañeros, que ocupaban el vagón, presagiaba que el día no iba a ser tan tranquilo como había sido en otras marchas. Los dos profesores que acompañaban al grupo apenas podían disimular su desazón y trataban de que los jóvenes se comportaran como personas dentro del tren. Pudimos saber que eran estudiantes de un colegio de Madrid pero no, si se dirigían a Cotos o a Navacerrada. 

Cuando el tren se detuvo en la estación del puerto de Navacerrada, nos apeamos junto a la nube de adolescentes, que luchaban por bajar los primeros. Allí nos separamos de ellos y comenzamos a ascender en busca del camino Schmidt, cuando eran las 12.05. Sin embargo, al cabo de aproximadamente una hora, mientras hacíamos un descanso, comenzamos a oír voces y pronto aparecieron los jóvenes de nuevo, caminando en la misma dirección que llevábamos nosotros. 

Apenas habían pasado los últimos cuando retomamos nuestra marcha y más tarde, ya en el collado Ventoso, nos encontramos de nuevo con el grupo de estudiantes, que se refugiaban de la lluvia bajo los pinos.

Al vernos aparecer, uno de los profesores se dirigió a nosotros.
—Buenos días, Uds. parecen conocer la montaña y nosotros tenemos un problema. Nos faltan dos estudiantes, un chico y una chica. No sé cómo ha podido ocurrir porque yo voy cerrando el grupo y mi compañero va delante, abriéndolo. Al llegar al collado hemos hecho el recuento y nos faltan dos.  Aquí no tienen cobertura los móviles y no hemos podido establecer contacto con ellos.

Mientras los jóvenes tomaban sus bocadillos ajenos, al parecer, al problema, el otro profesor se acercó a nosotros.
—Estoy seguro —dijo— de que delante de mí no ha pasado ninguno.
        
Nos colocamos debajo de un gran pino (la lluvia seguía cayendo fina pero persistente) y JP desplegó el mapa mostrando el camino que nosotros habíamos seguido y que, según afirmaron los profesores, era exactamente el mismo que había recorrido el grupo. Decidimos ayudarles y Pablo, Paco, JP y JL se ofrecieron a volver con uno de los profesores. JS, JG, Chicho y yo nos quedaríamos con el otro profesor y con el resto del grupo de estudiantes. Pero, ¿cómo ponernos en contacto sin teléfono? Tendríamos que esperar la vuelta del grupo de búsqueda, tanto si conseguía encontrarlos como si no. De manera que decidimos que lo mejor era volver todos sobre nuestros pasos.

         Eran cerca de las dos de la tarde cuando comenzamos la búsqueda. Los estudiantes gritaban los nombres de los perdidos, Felipe y Leticia (con c), y reían como si de un juego se tratara, mientras buscábamos por los alrededores del camino. Ninguna respuesta. Un grupo de chicas iba hablando animadamente con Paco, que les contaba no sé qué.

         Había pasado una media hora cuando nos cruzamos con tres excursionistas que venían de Navacerrada. No habían visto a nadie desde su salida del puerto. Continuaron su camino y nosotros el nuestro.

         A eso de las cuatro llegamos al puerto de Navacerrada sin haber encontrado ni rastro de Felipe y Leticia. Los móviles ya podían usarse y un profesor hizo una llamada. Al otro lado de la línea, Felipe contestó.
—¡Están en Cercedilla, en la estación!. Han perdido el tren de las 11.37 después de apearse para comprar un refresco —dijo el profesor, dejando caer los brazos a lo largo de su cuerpo.

Madrid, 27 de mayo de 2004     

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