lunes, 18 de octubre de 2010

291-Navafría-Los Chorros

EXCURSIÓN A EL CHORRO. Por Manuel Navarro Seva

Cuando llegamos a Lozoya del Valle, Mariví dijo que no había llevado el coche porque pensó que no haría falta un coche más. Era lo correcto, sin embargo los planes que había propuesto JP debían de cambiarse al no disponer de un segundo coche de apoyo para hacer la excursión prevista de sólo bajada. En realidad, aunque no hubiera venido Mariví ya sabíamos que tendríamos que cambiar de plan al no venir Paco ni JS, que había sufrido un accidente con un bordillo de una acera de Gallardón y se había roto un dedo del pie, pero el hecho de que Mariví no trajera coche podía servir de excusa para reafirmar nuestra masculinidad echando a alguien del otro sexo la culpa de tener que cambiar el plan.
Era la primera vez que una mujer nos acompañaba desde que en septiembre del año pasado me uní al grupo de los marchosos. El asunto carecía de importancia en sí. Sin embargo, cuando llegué a Lozoya y vi quienes ocupaban el coche de Chicho, me inquieté. Pensé que algo podía cambiar en el grupo por el hecho de que viniera una mujer. Luego de los saludos de bienvenida me fui tranquilizando al comprobar que su actitud hacia el grupo era bastante normal, nos trataba como a iguales y su forma de hablar se parecía a la nuestra; además, se acercaba a mirar el mapa y opinaba como uno más, sin tratar de imponer su criterio. Es más, dijo que sólo había traído comida para ella, como queriendo establecer de antemano su igualdad. En un momento dado, me pareció que hasta JP oía sus comentarios sin temor alguno, aunque trataba siempre de razonar sus propuestas con un cierto matiz de condescendencia.
Al llegar al puerto de Navafría, tuvimos una ligera discrepancia. La niebla era espesa y JP propuso bajar hasta que la niebla desapareciera para hacer la marcha circular en un terreno más agradable. Los del área Norte, y Mariví con ellos, propusieron que nos quedáramos allí pensando que con el transcurrir del tiempo la niebla desaparecería. Al cabo, decidimos bajar continuando hacia Navafría y luego tomamos la desviación a la izquierda hasta llegar al área recreativa de EL CHORRO, donde lucía el sol, a ratos tapado por alguna nube.
A la entrada, una robusta joven nos dijo que eran cuatro euros por aparcar. Sin decir palabra pagamos los euros y dejamos el coche. Unos niños hacían el recorrido del parque de aventuras supervisados por monitores de aspecto saludable. Nosotros comenzamos la marcha subiendo por un camino que nos condujo en una media hora hasta la cascada. Nos detuvimos y contemplamos la caída del agua en una poza oscura desde una altura de unos 40 metros. Cris se entretuvo recolectando fresas salvajes mientras los demás le mirábamos con el alma en vilo por lo peligroso del entorno: había una alambrada rodeando la poza y las piedras estaban resbaladizas por la humedad, como informaba un cartel de peligro. JP hizo fotos y luego le vimos trepar por las escaleras de piedra que hay a la derecha de la cascada y explorar el camino. Pronto le seguimos pero al llegar arriba tuvimos que retroceder por lo impracticable del terreno. Volvimos a bajar la escalera y cruzamos el puente siguiendo una senda junto a la margen derecha del río. Mariví señaló de pronto un camino que subía a la derecha, y lo tomamos hasta llegar a un camino forestal por el que continuamos. A nuestra derecha el río corría por entre un pequeño y selvático cañón. Una media hora más tarde nos detuvimos a comer. Llegamos sudando. Mariví se apartó un poco para cambiarse de camiseta. El suelo estaba húmedo y había un buen número y variedad de setas, incluso encontramos un níscalo. Tomamos nuestra comida y compartimos la tortilla de JG y su café con leche, y chocolate, y queso que ofrecieron Chicho, Pablo y JL. Cuando hubimos terminado de comer, JP sacó el artículo de Leguina sobre la ley contra el maltrato de la mujer y comenzó a leer pero la discusión se derivó hacia otros temas. Mariví, JG y yo peinamos la zona en busca de setas pero no encontramos ninguna más.
Regresamos caminando por una senda que corría dejando el río a nuestra derecha. Subimos hasta un collado y desde las rocas contemplamos el cañón y el inmenso valle. Mariví, que tiene buen ojo para las setas, me indicó el lugar donde había dos níscalos y, más tarde, otros dos, que habían crecido junto al camino; yo los corté con mi navaja suiza y los guardé en una bolsa de plástico que me dio ella. Hacia las 18.00 llegamos a la zona recreativa y tomamos cafés y refrescos en el bar restaurante, atendido por una mujer joven. Comentamos lo mucho que habíamos disfrutado del día y yo pensé que no había estado mal la experiencia de haber tenido con nosotros a una buena amiga. Quizá deberíamos plantearnos el dar cabida en el grupo a otros miembros del sexo débil, no por el hecho político de la paridad sino por sus propios méritos.
Ya en casa preparé un revuelto de níscalos que mi mujer me agradeció con un beso al tener la cena hecha cuando llegó del trabajo.

Madrid, 11 de septiembre de 2004

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